El terremoto que sacudió la península suroccidental de Haití el sábado 14 de este mes ha vuelto a colocar sobre el tapete las ríspidas relaciones insulares entre dos naciones que no se aceptan aun cuando coloquialmente mantienen relaciones muy cordiales al nivel del vecindario pueblerino.
El sacudimiento de la tierra removió en los dominicanos toda clase de sentimientos y opiniones hasta los que veían avecinarse una avalancha humana para no morir de hambre en occidente.
Incluso se dijo que el Gobierno dominicano buscaba el lugar para la construcción de un campamento para refugiados, lo cual hubiera sido el inicio del fin de la dominicanidad y de la paz que disfrutamos desde hace décadas.
Pero el ministro de Defensa dominicano, en unas declaraciones muy poco reflexivas, dejó entrever que los haitianos es hacia aquí que deben emigrar y establecerse como hacen los dominicanos que se van en yola a Puerto Rico buscando mejores horizontes para su existencia.
Tales declaraciones del alto militar aun cuando sean realistas dejan muy mal parada la política migratoria ya que desde ahora en adelante las autoridades tendrán que hacerse los desentendidos cuando centenares de haitianos y haitianas crucen por los senderos y arroyos entre las dos naciones para internarse en territorio dominicano e ir a reunirse con sus vecinos que ya viven en este territorio cercano a los puntos de entrada a la frontera hasta Santiago.
Luego avanzan hacia la costa este, que es la preferida por las grandes oportunidades de trabajos bien retribuidos. O sea, van ocupando el territorio dominicano sin prisa y sin pausa hasta el punto que no se quisiera llegar para evitar el colapso de la isla.
El amalgamiento racial avanza desde el nacimiento de la República en 1844 con la mezcla de las dos razas, negros y blancos, es un hecho que ha impreso ribetes étnicos de indudable definición, produciendo una raza muy singular y apartada del blanco de las islas Canarias o del negro de África.
Tanto es así que nuestros principales atletas que sobresalen en las Olimpíadas son de origen haitiano, aun cuando nacieron aquí, pero sus padres todavía muchos conservan su nacionalidad y costumbres pero se sienten más dominicanos, más que un atleta del Cibao que tiene más oportunidades de trabajo y desarrollo económico. Por ello se destacan los que tienen por horizonte las praderas del Este, donde los cañaverales son su disfrute.
No hay dudas que por ser la dominicana una raza más débil afianzaron una mezcla que no permitió forjarnos una personalidad en que muchos valores culturales necesitaban de un empuje que ciertos ilustres hombres inculcaron en el cerebro la llama de la raza dominicana.
Esta ahora se destaca por una superación insuperable en donde ya no son solo músculos en las pistas y estadios sino que en las ciencias hay lumbreras dominicanas aportando a la humanidad sus conocimientos y sus ciencias para orgullo nacional.
Esto servirá para crear los elementos de raza que le den brillo evitando caer en el abismo de la mediocridad como ocurre ahora en la música en que los desagradables sonidos de la música urbana habla muy mal de una sociedad cuando los gestos y actitudes lascivas alteran los ánimos y la masa poseída de histerismo gozando lo que ahora es parte de la realidad social.
El sismo de Haití removió en los dominicanos toda clase de sentimientos
Declaraciones del ministro de Defensa RD fueron poco relexivas
Campamento para refugiados en RD hubiera sido inicio del fin de la paz