La decepción de Hostos en España
(1852-1870)

<p>La decepción de Hostos en España<br/> (1852-1870)</p>

REYNALDO R. ESPINAL
Para julio de 1865, posterior a su participación en “La Matanza de San Daniel” nos encontramos a Hostos comprometido sin reservas con la causa del Movimiento Abolicionista Español. Su firma aparece en las primeras entregas de “El Abolicionista”, vocero oficial del movimiento cuyo primer ejemplar vio la luz pública el 15 de Julio de 1865. Colaboraba también en “La Voz Del Siglo” que redactaba junto a Segismundo Moret y Gumersindo de Azcárate.

En la defensa de la causa abolicionista Hostos hizo causa común con los liberales españoles, pero también con muchos intelectuales antillanos que estaban a favor de la misma. En efecto, aunque la rama española agrupaba a intelectuales liberales de la talla de Salustiano Olózaga, Segismundo Moret, Emilio Castelar, entre otros, es preciso hacer justicia a sus compatriotas Julio Vizcarrondo y Ruiz Belvis, entre otros. También desde París animaba la causa Ramón Emeterio Betances y en Cuba los hermanos Andrés y Federico Arango, Angulo de Heredia y muchos más.

Triunfa la liberación liberal en 1868 liderada por Prim. En el alma de Hostos se anida la ilusión. Ve como inminente la consecución de su más anhelado sueño: la abolición de la esclavitud en las Antillas y la ruptura con las amarras coloniales.

El 20 de diciembre de 1868, en el contexto del triunfo del liberalismo, pronuncia una valiente conferencia en el Ateneo de Madrid a favor de la independencia de las Antillas.

En ella puede advertirse , algo que es digno de resaltar, que todavía esta etapa de su pensamiento estaba matizada por las ideas liberales. Hostos no concebía la independencia como una ruptura cultural sino como un paso necesario de autodeterminación e independencia política. Por eso afirmará en aquella conferencia memorable:… Si España quiere ser digna de su historia, si quiere conservar los restos de aquella gran familia que le dio la conquista…repare las injusticias cometidas, sea menos avara de su libertad, extienda hoy lo que acaba de conquistar, la que ha prometido…

Su idea de libertad no significaba una renuncia a la unidad, por ello añadirá: “…unámonos en nuestro común afecto, en nuestra convivencia mutua. Vivamos como hermanos independientes unos de otros en nuestra propia vida; dependientes de todos en nuestras necesidades, en nuestras dificultades, en nuestras angustias comunes”.

Hostos no tardó, sin embargo, en sentirse decepcionado al ver que aquellos conspicuos liberales en quienes cifró la esperanza de la libertad de los pueblos antillanos, se hacían sordos a su reclamos. Se decepcionó y enfadó notablemente con Emilio Castelar quien había expresado que los liberales “…Eran españoles antes que republicanos…”.

Con tal expresión consideró herida de muerte las posibilidades de ver cristalizados sus anhelos libertarios. De ahí su actitud denostativa ante Emilio Castelar a quien no perdonaría lo que consideró una “traición” a su causa. Le calificó de ser “…un déspota…y un sordo…hombre de conducta… usurera…cualidades cáusticas, desleal y artificioso”, y añadía : “…un hombre como él…no puede inspirar confianza; y cuando recuerdo las limitaciones que puse a su proposición y refiero nuestra amistad de hoy a nuestras relaciones de Madrid, tiembla la esperanza que he puesto en el arbitrio de ese hombre en embrión.”

Cinco años más tarde, el 23 de marzo de 1873, Castelar pronunciará en las Cortes Españolas, aquel memorable discurso “En Pro de La Causa Abolicionista de Puerto Rico”, pieza magistral que motivó la aprobación unánime de todos los parlamentarios, disposición que ponía fin al estado de esclavitud en que permanecían más de 30 mil seres humanos en Puerto Rico.

Para la época, sin embargo, ya Hostos se había marchado, decepcionado por no ver cumplida en su momento la promesa de los liberales españoles y alentado por el inicio de la lucha independentista de Cuba iniciada con el Grito de Yara en 1868. Refiriéndose a aquellos acontecimientos expresará: “…Yo luchaba de buena fe por la libertad de España y de las Antillas. Desdeñé, entonces, hacerme de una posición política y social, y aún cuando me sentía fuerte en mis ideas, me sentía débil en mis relaciones con los hombres. Aproveché todas las ocasiones que se me presentaron para condenar de frente al gobierno, la mayor parte de cuyos miembros eran mis amigos por su conducta y la de España hacia las Antillas. Eso y la Revolución de Cuba me decidieron a tomar una resolución definitiva”.

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