La decisión de vivir en democracia cierra paso al totalitarismo

La decisión de vivir en democracia cierra paso al totalitarismo

Además de lidiar con la cultura del autoritarismo que a veces no escatima sangre y alcanzó su máxima expresión en el capítulo de los 31 años de Rafael Leonidas Trujillo, la sociedad dominicana ha padecido arremetidas de intolerancia y poco después de la hazaña patriótica de la avenida 30 de Mayo emergieron ejercicios de poder en pretensión de renovar la barbarie que nació en 1930 con un inefable sucesor (JB) que se empleó a fondo para que fueran levantadas las sanciones internacionales que estrangulaban al dictador aun después de que le quitaran la vida.

Tras el interregno de la transición hacia un orden constitucional a cargo de un Consejo de Estado, y de los siete meses de real democracia encabezados por el profesor Juan Bosch que fue derrocado, llegaron unos golpes contra desafectos procedentes de una «blandura neotrujillista» post revolución.

La marcha hacia un Estado de derecho que de alguna manera llenara expectativas no fue juego de niños bajo la égida del doctor Balaguer de los doce años. Una enmascarada evolución hacia las libertades públicas que él anticipó antes de huir junto a los remanentes de la opresión pasada con la célebre frase «sean mis primeras palabras» pronunciada por el que había sido presidente de dedo antes de serlo de facto en un discurso de elogios a tropas policiales que en la calle Espaillat masacraron jóvenes que comenzaban la lucha callejera contra los restos de la satrapía.

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Habló con la altisonancia que le permitía la desaparición, apenas física, de su líder baleado camino a San Cristóbal pocos días antes, desembarazado parcialmente del puño omnímodo para actuar como gobernante supeditado todavía al feroz, vengativo y desconfiado Ramfis Trujillo, el delfín que dirigió dos años antes la aniquilación masiva de los expedicionarios del 14 de junio capturados vivos y de héroes del tiranicidio al momento de negarse a permanecer como dictador y echarse a la fuga.

A continuación fue notable su insensibilidad e inacción ante las alarmas expresadas por los familiares de los héroes del ajusticiamiento que sobrevivían en la cárcel de La Victoria, informados de que los descendientes del tirano en su despedida se dirigían inexorables hacia la ejecución sumaria de los participantes en la gesta para rescatar a democracia, acción que el pueblo agradecería por siempre y que solo él (Balaguer), obligado a encarnar la ley y el orden, podía salvarlos… y no lo hizo.

Con Trujillo en OF

Hoy por hoy, no parecen descaminados los analistas políticos y sociólogos que sostienen que República Dominicana permanece en una «funesta herencia en lo político, lo económico y lo social como resultado de la férrea y prolongada dictadura de 31 años» y que Trujillo sigue etéreamente vivo para estos tiempos porque «marcó de modo indeleble al pueblo dominicano con sus ejecutorias políticas, económicas, militares y culturales».

Quieren dejar dicho que la sociedad se ha tardado en sepultar sus métodos y vienen a ser vistas como algunas de sus manifestaciones la violencia social, el enraizado machismo de perfil troglodita de los feminicidios, los robos al erario, los golpes bajos a la libertad de expresión y las agresiones al orden jurídico a veces con un disfraz de «buenas formas».

Desde antes de esta etapa de la vida nacional otros autorizados analistas pusieron en contexto que el despotismo sigue siendo posible (con o sin Trujillo) por culpa de las ambiciones y falta de comedimiento ético de los políticos. Ya en su época, Francisco Moscoso Puello, notable médico, novelista y maestros fallecido en el 1959, describía a los políticos dominicanos como «inficionados de un egoísmo morboso, devorados por las más bajas pasiones y cuyo mayor amor es la hacienda pública».

Citando conceptos tomados de tesis sociológicas locales y actuales en su libro «Los Dominicanos», Ángela Peña refiere que a la política dominicana se le endilga asumir las campañas electorales como carnavales en los que predominan el clientelismo, el conservadurismo, la corrupción y el caudillismo. A muchos de los exponentes de la partidocracia se les ha descrito en ocasiones como testaferros y títeres de los Gobiernos de Estados Unidos.

La obra, basada en múltiples entrevistas que incluyeron a cientistas y activistas sociales y notables historiadores, incluye sostener que en el comportamiento de la dirigencia de la sociedad dominicana de hoy (2016) «todavía juega un papel clave el pasado y se advierte desprecio y desconocimiento de las leyes que parecen hechas solamente para los adversarios y para los débiles. Los dirigentes barriales y empresariales actúan con el mismo desparpajo y el mismo estilo que los líderes más recalcitrantes de la más absurda derecha o la más radical izquierda».

Lento progreso

Borrar el autoritarismo no ha sido fácil como da a entender en un enfoque sobre la crisis de la democracia que llegan a este siglo el sociólogo y ensayista Wilfredo Lozano, que da por un hecho que hasta 1994 existía en el orden político y en las bases institucionales del país un «claro peso autoritario» evidente en la permanencia de la Constitución de 1966.

Para entonces, sostuvo, «lo que se había logrado (con los Gobiernos del PRD 1978-1986) era en esencia reducir sustancialmente el poder de intervención de los militares en la política e iniciar el tortuoso camino de fortalecimiento de un marco institucional para la competencia política». Y recordó que todavía en 1990, teniendo en sus manos el control del Poder Ejecutivo, Balaguer presionó a la Junta Central Electoral y logró producir resultados que le fueron favorables poniendo en entredicho las elecciones en las que en ese año «ganó» la competencia al profesor Juan Bosch.

Apuntó que en 1994 «la implementación de un fraude electoral fue demostrada, lo que condujo a una crisis política que amenazó convertirse en una guerra civil. Solo el pacto político entre Peña Gómez y Balaguer permitió darle salida a la situación. «Es a partir de ese pacto que se reformó la Carta Magna, la que estableció la no reelección sucesiva». A su entender fue con el triunfo del doctor Leonel Fernández en 1996 que en el país se inicia propiamente la fase de consolidación democrática.

La desbandada

Descendientes del dictador y algunas de las figuras descollantes de su era siguieron por caminos diferentes y con la muy temprana muerte trágica en un accidente de tránsito en Madrid del hijo que él hubiera preferido para sucederle, el general Rafael L. Trujillo hijo (Ramfis), pareció roto el cordón umbilical de su familia con la República Dominicana.

Sin embargo, la figura más directamente relacionada con la represión sangrienta del régimen, Johnny Abbes García, llegó a a acantonarse en Haití años después del ajusticiamiento, con veladas y amenazantes intenciones de torpedear al Gobierno del doctor Balaguer. Este primer mandatario reconoció posteriormente que llegó a suponer que el exjefe del Servicio de Inteligencia Militar (SIM), representaba un peligro para su gestión de Estado y el haberlo comunicado así por vía diplomática al entonces despótico gobernante del vecino país, Francois Duvalier, pareció determinante para que Abbes y su familia completa murieran acribillados cerca de Puerto Príncipe a manos de los «ton ton macoutes».

Y mientras el menor de la prole creada con doña María Martínez, Leónidas Radhamés, establecía en su exilio vínculos con barones colombianos de la droga que le costaron la vida con absoluta desaparición de su cadáver, el exyerno del generalísimo, coronel Luis León Estévez, retornó impune al país en el que había comandado junto a Ramfis la ejecución de héroes de la decapitación de la tiranía que guardaban prisión. Aquí terminó sus días en cama, disparándose a la cabeza, en absurda condición de pensionado de las Fuerzas Armadas, tras escribir un libro y exhibirse continuamente como empresario.

Otras figuras relevantes de la Era sobrevivieron a la destrujillización que se estatuyó por ley en el 1962, ordenamiento legal del que Balaguer se burló conservando a antiguos jefes militares de la burocracia y de la diplomacia de la etapa dictatorial en posiciones importantes. Anselmo Paulino Alvarez, uno de los civiles que más poder acumuló a la sombra de Trujillo, pasó la mayor parte del tiempo posterior al destronamiento de su jefe representando a la República Dominicana en Europa; y el excanciller Porfirio Herrera, el alto funcionario de las relaciones exteriores que más reciamente defendió a la dictadura contra las estrictas sanciones que le impuso el sistema interamericano hasta su desplome, nunca perdió la inmunidad adquirida como uno de los señores predilectos del «Perínclito barón de San Cristóbal».

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