Para mañana, 6,7 millones de dominicanos estamos aptos para acudir a las urnas a depositar el voto. Y será para los partidos y sus candidatos que nos gobernarán constitucionalmente por los próximos cuatro años. Bajo sus liderazgos, presidente, alcaldes y legisladores, se les confiará para que sostengan el crecimiento del país en la última parte de la segunda década del siglo XXI.
Fue una campaña electoral muy opaca y rutinaria, con relación a las anteriores; el mayor empeño fue volver locos a los simpatizantes de cada bando en denuncias de corrupción y maratónicas caravanas. Se exhibían hermosas jóvenes con voluptuosos bailes que animaban a la gente para que no dejara solos a los candidatos, contagiándolos con envolventes merengues, bachatas y con mensajes muy anodinos. Se repetían las tradicionales promesas y consignas de las elecciones anteriores.
Cada candidato presentó sus programas de gobierno, los cuales los votantes sabemos que son materiales para el zafacón. Es que a los votantes no nos interesa conocer cientos de páginas destinadas a presentar planes, que nunca, en los tantos años de democracia que lleva el país, han sido aplicados a rajatabla por ninguno de los triunfadores. Estos llegan al gobierno con la urgencia de la improvisación y las presiones de sus seguidores.
A estas horas, ya todos tenemos la decisión tomada por quién vamos a votar, en donde, las votaciones mayoritarias, favorecerán a los dos principales partidos en contienda. El PLD y PRM con los aliados de ocasión que se empeñaron a fondo, y se distinguieron por llevar a cabo una campaña de descrédito en contra de los rivales como nunca se había visto en los previos eventos electorales.
No hay dudas de que el entusiasmo fue la característica de los caravaneos multitudinarios de los candidatos y de sus principales sustentadores en cada una de las provincias. Por espacio de los últimos meses de la fiesta electoral, apartaron a las gentes de sus actividades productivas, alentando el fervor de las masas, como es la costumbre, con una respetable dosis de alcohol con entusiasmo vociferante hacia los candidatos. Estos se movilizaban en lujosas jeepetas, desplazándose por las calles y carreteras nacionales en procura de garantizar una frágil adhesión de duración acomodada a los intereses.
Y en eso de encuestas, el país se vio saturado por los más diversos sondeos de opinión. Casi cada día del mes final, las ofrecían varias firmas locales y extranjeras, que se entretuvieron con sus análisis para evacuar predicciones y posiciones del sentir de la gente, a la espera del día de mañana en que se llevará a cabo la verdadera encuesta nacional.
Como siempre, la ciudadanía, que acude desde las primeras horas del día a sus colegios electorales, ofrece una conducta de responsabilidad cívica y de firme propósito de conservar la conquista del sistema democrático que desde 1966 se mantiene como sello distintivo de nuestra nación. El sello democrático se empaña, por lo general, después de concluidas las votaciones y se comienzan a conocer los resultados por medios electrónicos. Entonces, el previsible perdedor, de inmediato, comienza sus intentos de pataleo preocupante que llena de temores a la ciudadanía. Esta se refugia en sus hogares a la espera de los resultados, al temer cualquier locura de los perdedores.
Estos siempre intentan con amenazar con todos los castigos infernales de los supuestos fraudes, para justificarse ante sus seguidores y patrocinadores económicos, que vieron diluirse sus esperanzas de mejor vida con el disfrute de un cargo público o cercanías con el poder. Estas serán una elecciones complejas por el uso de las tres boletas, pero muy bien coordinadas y organizadas por la Junta Central Electoral. Esta ha dedicado sus esfuerzos para armarlas y ofrecerle al país un instrumento moderno con muchas novedades en que se puede confiar. Mas con los métodos modernos para el satanizado conteo electrónico que garantiza el proceso y permitiría conocer con rapidez a los ganadores.
Ojalá que el resultado de las elecciones de mañana le permitan a los políticos reflexionar, sumergirse realmente en el siglo XXI, dejando su egocentrismo apabullante. Así mismo abandonar la tentación de un rápido enriquecimiento alimentador de la corrupción que tanto daño ha ocasionado al buen nombre del país. Este se ha desacreditado en los medios internacionales de transparencia por tantos actos dolosos protegidos por las autoridades y santificados por un sistema judicial obsequioso con lo mal hecho.