Tizol entró resueltamente en la herrería, atravesó el patio y se asomó a la caseta de la oficina del taller. No había nadie adentro; dio la espalda pensando marcharse, por ser demasiado temprano. Entonces vio venir hacia él a Pirulo, sonriente, quien puso un brazo sobre su hombro. –¿Qué le trae por acá? –Vengo a pedirle que me lleve a la casa de Dolores Barbosa; quiero hacerle una visita. –¿Irá usted a conocer a Lolona? Es una mujer peligrosa y desconsiderada; puede salirle con cualquier grosería. Además, tiene un amante que podría matarlo. –¿Le gusta esta mujer tan desfachatada? –No la he visto nunca.
Los dos hombres hablaban de pie en medio del patio. –Señor Tizol, conozco bien a Lolona; pero no soy su amigo. Podría llevarlo hasta su puerta; ella vive en una casa de altos, en Respaldo Colibrí. No puedo hacerlo ahora porque tengo que trabajar en una reja grande para el padre Servando; me avanzó mucho dinero; quiere poner un escudo sobre la campana para que retumbe, como si fuera una concha acústica; también para proteger el patio de la iglesia. Y lo peor no es el trabajo; dentro de una hora vendrá la policía. Están investigando la muerte de Bululo. Esperan que yo identifique herrajes que entregamos hace varios meses.
–Mañana yo estaría dispuesto a encaminarlo; hoy es imposible. Haga amistad con mujeres decentes, como la señora Edelmira o Veranda, la de Bululo. Lolona tiene una poltrona grandísima donde se revuelca con sus amantes. Tenga cuidado con lo que diga delante de esa bandida. –Ella está encaprichada con la casa de la viuda Edelmira; con ayuda de su amante podría conseguir una casa mejor que esa; y mudarse a otro barrio.
–Sería mejor para todos nosotros los de la Urbanización Ensueño. –¿Podremos vernos mañana, cuando termine con la policía? –Sí, desde luego. –Una vez lo presenté al padre Servando; en otra ocasión lo encontré cerca de la casa de doña Edelmira; siempre estoy en ánimo de ayudar. –Gracias, Pirulo, gracias. Tizol salió del taller con paso rápido. Mientras conducía, colocó su teléfono sobre el asiento delantero. Parado en un semáforo sonó el móvil. –Flor, dile a Caperuzo que estoy en camino.