La delincuencia

La delincuencia<BR>

Muy a menudo solía ver a un hombre visitar un hogar en la comunidad donde vivo. Me llamaba la atención porque llega sosteniendo una Biblia bien grande con su mano izquierda.

Un día tuve el placer de conocerlo. Era el padre de mi vecina.

Me convertí en su gran amigo.

Disfrutaba mucho sus conversaciones llenas de entusiasmo y con un rostro bien alegre.

Un domingo en la tarde tuvimos un encuentro inolvidable en el que abrió su Biblia y nos dio muestra de su sapiencia sobre lo divino.

Sin embargo, apenas había transcurrido unas horas de ese encuentro cuando, lunes en la mañana, su hija sollozando me informó que su padre estaba a punto de morir.

¿Qué le pasó? le pregunté sorprendido ante la noticia.

Esta fue la historia: ese domingo en la noche, tras salir de  la casa de su hija, él abordó un vehículo con destino a su hogar.

Pero  cuatro individuos lo sorprendieron despojándolo de todo lo que pudieron y, luego, con el aparato en marcha rápida lo arrojaron al pavimento como un objeto cualquiera.

Llegó al hospital con heridas y golpes por doquier. Nadie creía que sobreviviría.

Después de unos días internos lo volví a ver.

Esta vez a bordo del vehículo de su hija.

Cuando lo vi de alegría se me saltaron las lágrimas.

“Mi hermano qué gusto verlo”, le dije.

“Dígame, ¿cómo se siente?”

-¡Gloria a Dios!, fue lo único que me contestó.

Su hija me miró fijamente a los ojos y me dijo: “Eso es lo único que dice”.

Estaba delgado y con una mirada clavada en la distancia.

Hoy me irrita el alma ver como a un pobre hombre de paz la delincuencia desatada en nuestra sociedad lo ha postrado en una condición tan deprimente.

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