Ha sido un empeño de las autoridades peledeístas y policiales de hacerle creer al país el éxito de sus planes de prevención de la delincuencia con el llamativo nombre de Barrio Seguro, que se cae cuando a las pocas semanas desaparecen las patrullas de las calles barriales y los delincuentes imponen su ley, como lo hicieron el pasado miércoles primero en el entierro de un antisocial admirado en su barrio de Villa Juana.
Ese día la Policía Nacional le echó un jarro de agua fría a la sociedad dominicana al escoltar con sus tropas el entierro de ese señor, en donde lo menos que pasó fue la exhibición de armas de fuego en el ataúd del muerto, sin que las autoridades intervinieran para confiscar esas pistolas. Fue evidente que la idea era evitar desmadres violentos de los deudos y amigos bebedores, que se sintieron protegidos por una policía temerosa cuyos cabecillas fueron trasladados.
Todavía se quiere hacerle creer al país que vivimos en la paz y prosperidad peledeísta, sin violencias, pero las estadísticas no se pueden ocultar ya que los medios están muy alerta y se sabe de inmediato de la oleada mortal que arropa al país con toda esas crónicas de asaltos y enfrentamientos mortales con la policía.
Pero también conocemos del accionar del narcotráfico en donde siempre hay una guerra sorda y mortal en la disputa de las drogas y del apoyo que reciben con el silencio de determinadas autoridades, ya que nunca investigan esos asesinatos, pues les ayuda en su labor drástica de profilaxis social de eliminación de los antisociales de los violadores de las leyes, o queda oculta cualquier alianza que hubiese existido con él o los narcotraficantes que cayeran abatidos por algún sicario.
La delincuencia en tiempos de la prosperidad morada es un grave problema social, estimulada por el crecimiento de la corrupción en el disfrute indebido de los recursos y relaciones con el accionar de los componentes del gobierno, empeñados en su mayoría a ojos vista a enriquecerse a como dé lugar, y lo han hecho tan bien, que en esta campaña electoral la abundancia de movimientos de apoyo al candidato que se vislumbra triunfador, está ahogado en una avalancha de simpatizantes que solo buscan imitar a aquellos funcionarios y sus aliados que se han enriquecido en el poder.
La delincuencia debe considerarse como un mal enquistado en el cuerpo social del país por sus consecuencias tan funestas, en cuanto no existir un sosiego para llevar a cabo las actividades normales de una sociedad que viva en paz. Si se establece una empresa el temor es cuándo va a ser asaltada. Si es una salida de un banco el temor de ser atracado si algún empleado bancario inescrupuloso que se da cuenta la transacción, avisa a sus cómplices. Si es en una reunión social de amigos, es verse invadidos por alguna banda disfrazada de policía o de agentes de la DNCD para despojar a los presentes de sus propiedades y hasta de la vida.
De todas maneras es parte de nuestro destino de país subdesarrollado, que supuestamente próspero, se ha ido incubando una generación de la violencia que requerirá, lamentablemente, de acciones draconianas para controlarla como las que propugna de vez en cuando nuestro cardenal.