Releyendo el concepto de democracia que nos presenta Robert A. Dahl en su libro La Poliarquía (1971, pág. 13) donde afirma que la democracia es “el sistema político entre cuyas características se cuenta su disposición a satisfacer entera o casi enteramente a todos sus ciudadanos, sin establecer diferencias políticas entre ellos”, me asaltaron algunas interrogantes sobre la representatividad de los gobiernos sustentados en los partidos políticos como instrumentos de la democracia.

Me pregunté, ¿hasta qué punto son los partidos políticos representantes de los deseos de los ciudadanos en sus ejercicios del poder? O si los partidos políticos que han asumido la dirección de los gobiernos han representado la mayoría de los ciudadanos.

En el caso particular de la República Dominicana, si analizamos la cantidad de votos válidos de las últimas elecciones presidenciales en función de la población total del país, y asumiendo hipotéticamente que todo aquel que vota por un partido político de una u otra forma endosa al mismo su derecho para que lo represente políticamente y tome decisiones, podríamos afirmar que quienes acudieron a las urnas representan el 48% de la población total, lo que no equivale a considerarse una mayoría simple; pero menor aún es la representatividad cuando esos resultados se desagregan por coaliciones partidarias, donde observamos que quienes votaron por el PLD en su conjunto representaron el 24% de la población dominicana, y en el caso del PRD sus votantes representaron el 22% del universo poblacional dominicano; y en el caso de los partidos minoritarios representaron menos del 1 %. ¿Dónde quedan representados el 52% restante de la población que no está apto para votar o que nunca le ha interesado sentirse representados a través de las estructuras partidarias existentes?

Lamentablemente en nuestro país y en muchos otros, la democracia como teóricamente se plantea es muy limitada por no decir inexistente.