La democracia gris

La democracia gris

Wilfredo Lozano, aludiendo al título de la novela del escritor checo Milan Kundera, se queja de “la insoportable levedad política” que padecemos los dominicanos (Clave Digital, 12 de noviembre de 2009).

El clima que pinta el sociólogo es más que desolador: “La gente se desconcierta. No ve claridad en las opciones que le disputan el poder al nuevo líder o caudillo. El asunto no es tanto la desconfianza en los líderes de oposición, sino la bruma misma de las opciones que pueden oponerse al conservadurismo reinante como lógica de dominio”.

Hasta cierto punto, Lozano parece añorar la época de los absolutos. Dictadura o democracia. Capitalismo o comunismo. Esas eran las viejas alternativas. Era la era de los blancos y los negros, donde estaba claro quién era el adversario, y todos nos sentíamos más cómodos, porque había certidumbre. En aquel entonces, nadie dudaba a la hora de optar entre lo bueno y lo malo, a menos que se tratase de un personaje salido de una novela de Graham Greene, haciendo siempre contorsiones para, sin ser un quinta columna, estar con ambos lados al mismo tiempo. En la era de los absolutos, hay momento para la utopía porque el pueblo, no obstante las diferencias de clases, de posturas y de credos, se une en grandes coaliciones anti-autoritarias y nacionalistas. Por un instante breve, todo parece posible y el sueño de la confraternidad a que nos acostumbraron los jacobinos en 1789 se acerca a su efectiva concreción.

Pero… luego viene la democracia y con ella desaparecen los absolutos. La unión del pueblo que forjó la transición del autoritarismo se desvanece y aparecen las viejas y pequeñas rencillas. Surgen esas odiosas facciones que tanto detestaba Rousseau bajo la forma de partidos. La burocracia retoma su ritmo y con ella surgen los detalles presupuestarios, las cuestiones logísticas y todas aquellas cosas que los grandes ingenieros sociales detestan. Los nacionalistas retoman sus viejas banderas de lucha; los liberales enfatizan el crecimiento económico sobre la justicia social y la izquierda no cede en sus reivindicaciones a pesar del balance presupuestario. Por su parte, los absolutos se van a otra acera: la de los fundamentalismos religiosos, securitarios o económicos. Allá serán minoría hasta que el populismo los amalgame y quizás surjan de nuevo tiempos interesantes, si es que no arriba la España Boba en que Italia ha caído en esa mezcla de tecnocracia neoliberal y populismo fundamentalista que es el caballero Berlusconi, según el casi siempre certero Slavoj Zizek.

La democracia, lamentablemente, es gris, como advirtiera el polaco Adam Michnik al profesor de New School for Social Research, Ira Katznelson. “La democracia no es ni negra ni roja. Es gris, sólo se establece con dificultades, y cuando mejor se reconoce su calidad y su sabor es en el momento en que cede ante el avance de ideas radicales rojas o negras. La democracia no es infalible, porque en sus debates todos son iguales. Esto explica que sea susceptible de manipulación y que pueda verse impotente frente a la corrupción. También explica que, con frecuencia, elija la banalidad y no la excelencia, la astucia y no la nobleza, las promesas vacías y no la auténtica capacidad. La democracia se basa en una continua articulación de intereses particulares, en una búsqueda inteligente de acuerdos entre ellos, en un mercado de pasiones, emociones, odios y esperanzas; se basa en la eterna imperfección, en una mezcla de pecado, santidad y tejemanejes. Esta es la razón por la que a quienes buscan un Estado moral y una sociedad completamente justa no les guste la democracia. Sin embargo, éste es el único sistema que, al tener la capacidad de cuestionarse a sí mismo, también la tiene de corregir sus propios errores”.

Esta democracia gris e insoportablemente leve que tenemos es mejor que la dictadura del Jefe y su partido único, y que la democradura de Balaguer y su Congreso gomígrafo durante los 12 años.

Las luchas que resta por librar no son tan heroicas como las del Movimiento 14 de junio o las de abril de 1965.

Pero son tan importantes como aquellas para poder construir en libertad y en democracia una sociedad más justa para todos.

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