La democracia y las encuestas

La democracia y las encuestas

Uno de los beneficios de la democracia es poder consultar frecuentemente a la población acerca de lo que piensa sobre una diversidad de temas. Uno de esos temas es la propia democracia, que se somete al escrutinio de la ciudadanía, quien emite opiniones en las encuestas políticas sobre sus preferencias, satisfacciones, malestares y frustraciones.

Tal como ocurre en el mercado de consumo, si los productos son todos de baja calidad y ninguna empresa hace un esfuerzo por mejorarlos, los consumidores tendrán poco impacto en el mejoramiento de los productos por más que se quejen. La insatisfacción simplemente permanecerá.

En la política, cuando existe la posibilidad de elegir el gobierno, a los partidos les interesa conocer las preferencias electorales de la población para estimar sus posibilidades de triunfo. Pero si la democracia es de baja calidad, y ninguno de los partidos tiene como objetivo central mejorarla, la ciudadanía tendrá poco impacto por más que se queje. La insatisfacción permanecerá.

Someter la democracia, las instituciones públicas y los políticos a la evaluación de la ciudadanía a través de las encuestas es positivo. Las encuestas constituyen un mecanismo (a veces el único en las democracias de baja calidad) mediante el cual la población expresa con cierta frecuencia sus insatisfacciones. Además, las encuestas recogen opiniones que deberían servir de insumo a los políticos para mejorar la calidad del gobierno, y por ende, de la democracia.

El insumo que ofrecen diversas encuestas realizadas en la República Dominicana y en América Latina indica claramente que la ciudadanía tiene muchas insatisfacciones con sus gobiernos. No confían en ellos, piensan que son corruptos e insensibles, y consideran que los servicios públicos son inadecuados.

Utilizando estos datos se concluye con frecuencia que vivimos en una época de desencanto con la democracia. Esta conclusión es preocupante y no hay que desestimarla, pero me parece que es una conclusión limitada.

En primer lugar, las encuestas de opinión política realizadas en América Latina que se utilizan para evaluar la democracia, siendo la más mencionada últimamente la del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), podrían interpretarse de una manera optimista en el apesadumbrado escenario latinoamericano.

Con las crisis económicas recurrentes que afectan América Latina, el fuerte endeudamiento externo, las desigualdades sociales acumuladas, la historia autoritaria, las disfuncionalidades ancestrales de los sistemas legislativos y judiciales, la corrupción gubernamental a todos los niveles, y la baja competitividad de las economías, es admirable que sólo un 25% de la población encuestada por el PNUD no crea que la democracia es indispensable para el desarrollo. Este dato nos sugiere que hay cierta confianza en la democracia como vehículo para alcanzar una mejoría.

En segundo lugar, para poder interpretar mejor las encuestas y establecer cuán democráticos o antidemocráticos son los latinoamericanos y las latinoamericanas, hay que examinar primero el punto nodal por el cual atraviesan muchas de las preguntas y respuestas de las encuestas: el nivel de bienestar socioeconómico.

Si la población no siente bienestar, si está sometida a procesos inflacionarios constantes, si se empobrece cada día más, como ocurre con frecuencia en América Latina, tenderá como es natural a enjuiciar mal cualquier gobierno de turno, sea un gobierno democrático o autoritario.

Por eso, para poder medir más adecuadamente los niveles de autoritarismo o democratismo de la población, las encuestas deberían hacer preguntas que no estén tan sesgadas por las evaluaciones negativas que con justas razones se hacen de los gobiernos.

Preguntas más adecuadas para medir las tendencias autoritarias o democráticas en América Latina deberían abordar asuntos tales cómo: si las personas prefieren vivir en una sociedad en la que se les encarcele sin haber cometido un crimen; en la que se les torture en las cárceles; en la que no puedan tener libertad de movimiento, asociación o expresión; o en las que no tengan por lo menos la opción de elegir y cambiar sus gobernantes. Y estas preguntas deberían hacerse sin el condicionante de que para tener esas libertades tendrían que renunciar al bienestar económico.

Porque resulta que en las encuestas políticas a partir de las cuales se emiten los juicios sobre las tendencias autoritarias y democráticas en América Latina, como la encuesta del PNUD, algunas preguntas rezan de la siguiente manera: )Apoyaría un gobierno autoritario si resuelve problemas económicos? )Cree que el desarrollo económico es más importante que la democracia?

De entrada estas preguntas están sesgadas porque contraponen la democracia al desarrollo económico o a la solución de los problemas económicos. Es como querer encontrar demócratas entre hambrientos, o demócratas a pesar del hambre y el desamparo.

En América Latina lo más preocupante no es que existan tendencias autoritarias en la opinión pública, sino que existan democracias de tan baja calidad y que los sectores con mayor poder para mejorarlas muestren tan poco compromiso para hacerlo.

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