La desalmuercena

La desalmuercena

Durante una temporada algo me impulsaba a no perder tiempo temprano de la mañana. Me parecía mejor dedicar las horas del amanecer a algunas tareas para asegurar el rendimiento de cada jornada.

Pasó un lapso, y cuando nos vimos en situación de enfrentar ese comportamiento, comenzaron los consejos, advertencias y hasta los reproches merecidos y oportunos.

Eloísa sale para sus labores antes de las ocho de la mañana, mientras me quedo revisando los últimos detalles de mis obligaciones del día y trazando rutas.

Claro, algo debía cambiar en la casa. Pero siempre sobreviene una urgencia y me lanzo a cumplir atenciones o compromisos. Sin haber desayunado, estoy en la calle más o menos unas nueve o diez horas en distintas faenas, incluida la tanda de la Asesoría de la Cámara de Diputados, lo primero en atender. Sin una fruta ni una taza de café con leche.

Al poco tiempo, mi mujer vuelve al trote con los sermones, ahora con mayor fuerza y con ciertos apercibimientos. Es decir empuño el látigo de las normas a cumplir y trató de meterme en línea.

La dejé decir…

En verdad, no se daba cuenta de cómo andaba la agenda de mis despropósitos alimentarios. Pero comenzó a dudar.

Ya llevo dicho que ella sale a trabajar mucho antes que yo.

Cierta vez, quizás por descuido del servicio, me enrostró que había encontrado mi desayuno intacto sobre la mesa.

-¿Qué me contestas?

Pero como yo guardara silencio, ella me habló con energía. Yo vacilaba, sin saber por dónde encontrar una salida. Titubeante y algo respetuoso le expliqué:

-Bueno…, parece que alguien… no se lo comió.

-¿Y esa es tu respuesta, tan elegante y sencilla? Dime: ¿Vas ahora a desayunar o almorzar?

-Veo demasiada comida. Para complacerte, voy a comerme mi des/almuerzo.

-¡Y hasta de chistoso te la quieres dar! ¡Deja ya tus ocurrencias para las aulas y conferencias! ¿A dónde iremos de esta manera?

Al fin vino la calma. Se habló de la forma de acabar con esto. Ella consideró que yo debía ir más temprano al trabajo, lo cual es un deber oficial, desayunado, y no traer tantos expedientes para afanar en la casa, ni en la noche ni temprano por la mañana.

Ajustamos y me comprometí a hacer los horarios regulares sin tropiezos, olvidos, ni alteraciones. Siempre al pie de la hora.

La casa anduvo en paz y en cumplimiento, por cierto tiempo. Mas, una tarde durante la sobremesa, le conté las prácticas que me había recomendado Catalina Olea Salazar, compañera de trabajos:

-Doctor, se come cinco veces al día. Nunca mucho, sino bien controlado, pero cinco veces.

 1. A la hora del desayuno;

 2. Antes del medio día, es decir, alrededor de las once de la mañana;

 3. Se almuerza alrededor de las dos de la tarde;

 4. Al atardecer, a la altura de las cinco o cinco y media, se come alguna fruta; y

 5. La cena cerca de las ocho y media, último esfuerzo.

Siempre, reiteró Catalina, comer de forma controlada, frugal y sin excesos.

Lo di por entendido y aproveché para escabullirme de la mesa.

Varios días después, mi mujer se dio cuenta de que yo seguía fallando:

-De nada te han valido las recomendaciones de Catalina. ¿Qué vas a comer ahora, a las ocho y media de la noche?

-Nada – respondí. No tiene importancia.

-¿Cómo que nada? ¿Pero te desayunaste?

En cuestión de segundos estuve alojado a la mesa para evadir el pleito. Suele darme mucha brega forzar una sonrisa en esta situación. Ella no se contenía.

-¿Estás en la hora de tu almuerzo; o mejor, como tú dices: ¡tu des/almuerzo!?

-Si supieras que no me acuerdo- le contesté.

Ella casi tronó:

-Contéstame rápidamente- pero agregó: Por favor…

No estaba en mi ánimo; romper el silencio, ni mucho menos seguir ampliando el neologismo de nuestro vocabulario alimenticio. Me miró seria y ceñuda. Entonces debí hablar:

-Yo no lo llamaría des/almuerzo.

-¿Cómo entonces?

-Esta es mi des/almuer/cena.

-¡Qué bonito vienes!…

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