La reiterada afirmación de reconocidos portavoces del candidato presidencial del PRD, HipólitoMejía, denunciando la posible victoria de  su rival Danilo Medina como obra exclusiva del fraude electoral,  representa el laborantismo de una estrategia desesperada, puesta en marcha con fines de confrontación y que prepara a los perredeístas  para el desconocimiento de la voluntad popular cuando los resultados resulten adversos.

Esa maniobra pretende meter al país en un callejón sin salida; intenta    intimidar a los jueces electorales, presagia tumultos callejeros y la generación de una devastadora crisis postelectoral de consecuencias imprevisibles. Esa táctica encierra, además, las debilidades propias de Mejía, quien  debido a su ostensible descenso en la preferencia electoral, prefiere profundizar una crisis superficial alrededor del Centro de Cómputos de la JCE e inculpar de su probable derrota al presidente de su partido, Miguel Vargas, contra quien lanzó dardos venenosos. Esta semana, luego de afirmar su supuesta ventaja de 20 puntos  sobre Medina, que muy pocos creen, el candidato del PRD confesó, prácticamente, que su partido está escindido. Acusó a Vargas de  “andar en algo raro”,  de retener el dinero proveniente del financiamiento público y de evitar reunirse con él. 

Vargas respondió detallando sus aportaciones a la democracia durante más de tres décadas y que recuperó al PRD desde el 13%  de popularidad, “tras su fallido intento reeleccionista del 2004”. Es improbable que Mejía gane con sus tropas diezmadas, sin aliados, sin dinero ni liderazgo, con apenas un voto duro que no supera el 42%; y si ocurriera, esa lucha con Vargas, como siempre ha ocurrido en el PRD,  se reproducirá salvajemente desde el gobierno-grave riesgo para la gobernabilidad- con la agravante de que ahora no cuentan con la mayoría congresual, pues la ostentará el PLD hasta el 2016.

Sería la primera vez en la historia dominicana que un partido dividido gana una elección.