La desesperanza aprendida del adulto

La desesperanza aprendida del adulto

La cotidianidad ha endurecido la piel y ha condicionado el pensamiento de las personas. Hacer lo mismo, observar el mismo comportamiento, ver las mismas actitudes y, para el colmo, no hay señales de que las conductas cambien. Más bien, reproducen pesimismo, anidan desesperanza y cultivan patologías sociales.

Por décadas, vemos los mismos escenarios, los mismos actores sociales, se repite una y otra vez la corrupción, la doble moral, la inequidad, el nepotismo; las mismas noticias que anuncian los mismos males sin remedios por varios años. Es una sociedad que se niega o la niegan a no reconocer los límites, la existencia de consecuencias, pero sobre todo, ha cambiar sus hábitos sociales. Hablamos de: relaciones sexuales tempranas, de embarazo en adolescencia, de abuso de drogas y dependencia en adolescentes y adultos temprano en las familias y la escuela; pero se destina poca inversión en políticas públicas, en prevención, educación y rehabilitación de los riesgos sociales de los jóvenes.

Por otra parte, cientos de jóvenes han terminando su carrera universitaria y no encuentran empleo y los que logran uno, el pago del salario es de miseria, que no les proporciona las condiciones mínimas para una vivienda, un vehículo, un ahorro, o para hacer inversión económica. Sencillamente, vive bien, el que tiene oportunidades en la política, en el mercado ilícito, el acceso a los grupos que reparten y dan oportunidades a los suyos a través del amparo de hacer lo incorrecto, pero de forma legítima.

Esa repetidera de riesgos, de conductas riesgosas y de hacer lo que los demás hacen, nos ha conducido a la sociedad de lo iguales. Ahora, todos somos cómplice, nadie establece la diferencia, y si quiere o pretende ser la diferencia las personas creen que es cinismo, teatro, dramatización o más de lo mismo. La desesperanza, el pesimismo y la patología social, tiene anclada a esta sociedad y, para mal, existen hombres y mujeres con prótesis en el espíritu. Un ser social que se niegue a romper paradigma, a confrontar o dejar el miedo de perder cosas materiales para darle riqueza moral a nuevos hábitos sociales, gremiales y políticos. Hay que confrontar, luchar, empoderarse y establecer la diferencia, para hacer posibles de que las personas sientan y vivan la esperanza, el optimismo y la fe de que podemos ser jóvenes y adultos diferentes, pero no desiguales.

Una sociedad donde los trabajadores ganan salarios de miseria; donde la gente vive sin salud, sin calidad y calidez de vida; donde los niños trabajan y las niñas son explotadas sexualmente. Una sociedad así   se hace trampa asimismo. Hace décadas que vivimos así, que socializamos la inequidad, la pobreza y la desesperanza en jóvenes y adultos mayores.

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