La deshumanización

La deshumanización

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
Cuando uno lee o escucha algunas enseñanzas que vienen de siglos, debe reafirmar su apego a la escala de valores.

La frase estaba en una nota mecanografiada debajo del cristal del escritorio de Iván Castellanos Díaz, en la Dirección de Rentas Internas, en tiempos de Trujillo:

«Cuando el policía anda a pie, el maestro a caballo y el juez en coche, la nación está bien gobernada».

Cuando hay seguridad, paz, respeto a la autoridad y respeto de la autoridad a los derechos del pueblo, el policía puede andar a pie.

Si el maestro anda a caballo es porque el gobierno suple la necesidad que tiene el país de un sistema donde el docente sea la piedra angular sobre la cual se basa la aplicación de la filosofía educativa.

Si el juez se desplaza en coche en el país se respetan la Constitución, las leyes, las buenas costumbres, hay seguridad jurídica y los conflictos entre el gobierno y el pueblo y los que surjan entre los ciudadanos, serán decididos en tribunales que cuenten con el respeto de todos.

Así sí la nación está bien gobernada.

Por supuesto, hay otros aspectos que influyen en la armonía que debe primar en una nación en la cual debe imperar el respeto a la ley, la garantía de un juicio imparcial, apegado a los textos y disposiciones, administrado por jueces de indiscutible seriedad y honestidad.

De todos modos, la ley puede decir lo que se escriba sobre uno o varios asuntos, la autoridad se ejerce en muchos casos como le viene en ganas a quienes están investidos por ella, la administración de las leyes a veces está viciada.

En una situación como esa es de esperar que ocurra cualquier cosa, cualquier barbaridad, que la libertad y la fama se compran con dinero, sin que a nadie le importe de dónde provienen los capitales y las riquezas.

No es de extrañar, pues, que en un ambiente como el descrito,  con frecuencia ocurra que uno que otro policía abuse, que un maestro sea negligente, incapacitado y prepotente y que un juez se venda por cuatros cheles o por 10 millones de pesos.

La historia no rueda hacia atrás, pero es bueno pasar revista al tiempo en que el cura, el médico, el maestro y el policía, eran vistos con respeto porque su conducta lo imponía. Esos tiempos quedaron atrás. Muy atrás. Lamentablemente.

Son algunos curas, maestros incapaces y policías abusadores quienes dañan la justa imagen que se tuvo de quienes ejercen sus profesiones y oficios.

De los médicos no hay nada que decir: ellos mismos se ocupan de desacreditarse.

En esta sociedad donde el «tanto tienes tanto vales» permite el reburuje de mansos con contrabandistas, lavadores de dinero, ocultadores de narcotraficantes, asesinos, desfalcadores, se deja morir un joven en la emergencia de una clínica cualquiera y nadie sanciona a los médicos ni la clínica.

El último caso debe ser investigado por el Procurador Fiscal del Distrito Nacional, por el Colegio Médico Dominicano y alguien tiene que ser sancionado, con toda la severidad que el caso amerita.

Situaciones como esa explican, en parte, la resistencia al sistema de seguridad social que cubra a todos contra toda suerte de enfermedad.

Que no quede así la muerte del joven Julio César Peguero.

Recordemos la frase del poeta, prosista y clérigo inglés del siglo 17, John Donne:

«La muerte de cualquier hombre me disminuye porque yo formo parte de la humanidad; por tanto nunca mandes a nadie a preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti». 

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