Pasado el tiempo de la utopía, recuerdo aquella frase del filósofo español, creo que era Ortega y Gasset quien escribió sobre la sucesión generacional y señalaba que cuando una generación de jóvenes, ruidosos, revolucionarios confiados en que tenían la verdad y que ponían reformar el mundo se convertían en adultos, escuchaban el rumor creciente de los jóvenes ruidosos, revolucionarios confiados en que tenían la verdad y que podían reformar el mundo.
El sueño del respeto a las tradiciones propias, el amor a nuestras manifestaciones culturales, el creer que éramos el centro del mundo y que la humanidad se hundiría sin nosotros ha pasado de moda, los jóvenes de hoy, los que nos suceden tienen otra visión, otros nortes, otras intenciones, otras necesidades vitales, otra conducta que, en muchos casos ni las entendemos ni las asimilamos.
Para citar un ejemplo patente, palpable, presente, basta con pensar y analizar aquella consigna, que más que una consigna era una queja: la desnacionalización. El paquete que conllevaba la idea tenía que ver, directamente, con los cambios, forzados o no, impuestos o no, que afectaban nuestro diario vivir.
Entonces surgieron una serie de críticas a los cambios por sí, como si se pudiera detener el curso de la historia, el progreso lento pero constante de la humanidad.
Nuestra generación fue testigo de enormes pasos de avance en distintas áreas del quehacer humano. De esos cambios con botas de las siete leguas, nadie nunca se quejó, nadie nunca protestó. Pero esos cambios introducían tales modos de ser y de hacer que conformaban nuestra conducta de manera cuasi clandestina, imperceptible pero deseada, no negada, no rechazada. Hay algunas preguntas cuyas respuestas pueden contribuir a esclarecer conceptos, situaciones, conductas.
Contaban que Viejo Santín no creía en la transmisión por radio, no podía concebir que en ese aparato parlante tan pequeño cupiera toda la orquesta de mi abuelo Clodomiro Gautreau Rijo, hasta que un domingo que había un mitin trujillista en San Pedro de Macorís, el orador seibano, en medio de la euforia dijo: y un saludo trujillista y caluroso para el amigo Viejo Santín.
A nadie se le ocurrió pensar que desnacionalizaría nuestra sociedad el cine mudo y cuando llegó el cine parlante ahí fue que la fiesta se puso buena, algo similar resultó con la acelerada adaptación sin discusión, cuando se introdujeron las películas a colores o el cine de pantalla ancha.
Hoy ya no hay aprensión ni denuncias por la desnacionalización: celebramos Halloween, anunciamos y aprovechamos los precios especiales de Thanksgivin aprovechando el Black Friday, mandamos al cachimbo a Los Tres Reyes Magos y aceptamos a Santa Claus quien nunca le rindió homenaje al Niño Jesús.
¿De qué desnacionalización podemos hablar? Sin temor a equivocación podemos decir que la nacionalidad está en baja. Rescatémosla.