“Mis enemigos creen que desciendo y yo me siento de pie sobre la cumbre.” (Monseñor Meriño).
Dilma Rousseff se despide erguida, segura, orgullosa, con la frente en alto, despojada del poder que libremente le dio su pueblo por un fatídico golpe de Estado, artero y peligroso. Se despide para volver, confiada en que ”la historia no termina así.” Que el pueblo sabrá liberarse de su tragedia que valientemente denuncia: “Ellos se apropian del poder mediante un golpe de Estado.” Estigmatiza el hecho nefasto: “Acaban de tirar abajo a la primera mujer presidente de Brasil, sin ninguna justificación constitucional para este juicio político.” “El proyecto nacional progresista, incluyente, democrático, que represento, interrumpido por la poderosa fuerza conservadora y reaccionaria, con el apoyo de una prensa partidista y corrupta.” “Causa espanto que la mayor acción contra la corrupción (desde el poder) llevan al poder a un grupo de corruptos investigados.”
Se enseñorea, revestida de dignidad, de verdad y de justicia y hermosamente se empina desde el pináculo de la gloria y proclama, para que el mundo entero lo sepa, su inocencia:” Condenaron a un inocente y consumaron el golpe parlamentario” Da testimonio: “Dejo la Presidencia como cuando entré: sin haber incurrido en ningún acto ilícito, sin haber traicionado ninguno de mis compromisos; con dignidad.” Como si por su boca hablara Juan Bosch o Salvador Allende, víctimas de una alianza perversa, retrógrada y represiva.
Pero Dilma no se amedrenta ni se rinde. Es una combatiente, lo ha sido siempre, acostumbrada a hacer suya la causa de los demás, solidariamente, contra la injusticia, las desigualdades, el discrimen, el odio el miedo que transpiran las fuerzas del mal, y acepta el reto: “ Este fue solo el comienzo.” El golpe no es solo contra ella y su partido, aclara: “El golpe golpeará indistintamente cualquier organización política progresista y democrática.” Lo es “contra los movimientos sociales y sindicales y los que luchan por los derechos en todos sus significados: el derecho al trabajo y la protección de las leyes laborales, a la jubilación justa, a la vivienda y a la tierra, el derecho a la educación, la salud y la cultura, a la juventud como protagonista de la historia, el derecho de los negros, los indígenas, la población LGBT, las mujeres, el derecho a hablar sin ser reprimido.”
No es una lucha de ahora. Tampoco pasajera. Los pueblos la han vivido y sufrido en carne propia aquí y allá. Recientemente y en todos los tiempos, contra la injusticia y el abuso, contra el dominio imperial que todavía disfrazado y a veces sin pudor alguno ejerce su hegemonía, su poder destructor, tratando de imponer sus deseos y apetencias. Es una lucha que se renueva constantemente, con sus alzas y sus bajas. Que no termina, pero habrá de terminar para poder vivir en paz y armonía con nuestros semejantes, disfrutando equitativamente de las riquezas que nos da la vida y la madre naturaleza, la ciencia, la tecnología, la inteligencia humana al servicio del progreso, del bien de todos, sin exclusión absurda, sin temores ni apetencias desquiciantes que nos abisman y aniquilan.