Organismos multilaterales y analistas locales, aún elogiando la resiliencia, el manejo macro y el crecimiento de la economía, siempre abogan porque el Gobierno incremente sus recaudaciones y reduzca gastos, esos que han pasado a estar cubiertos con endeudamientos en preocupante proporción sin precedente. La embestida de la pandemia y el impacto demoledor sobre logísticas globales por la guerra de Ucrania dispararon las urgencias de mitigar daños sociales y auxiliar funciones productivas. Demasiado carga para un Gobierno que prefiere mantener la presión fiscal más baja de América por temor a reacciones populares en vísperas de elecciones; pero que ha llevado el tamaño de la administración pública a sobrepasar la tasa promedio del resto de estos países con 48,075 nuevos empleados en corto plazo a marzo de este año.
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Se recauda poco porque se evade fraudulentamente y se deja en grande de pagar impuestos por debilidades de las leyes y de su aplicación o porque el Estado se pasa de generoso con exenciones que perdieron justificación. Blandura de autoridades renuentes a dar un paso adelante con modificaciones estructurales que se les proponen con insistencia para hacerlas funcionales.
En tanto la composición del endeudamiento preocupa porque está dirigido considerablemente a pagar salarios y menos a contribuir a que el país crezca en producción y esté preparado para saldar mayores acreencias. ¡Que eso viene!