Aunque en la historia dominicana la devaluación de la moneda fue algo común durante los gobiernos de finales del siglo 19 y principios del 20, para las generaciones de 1930 hasta la muerte de Trujillo, la moneda nacional tenía una estabilidad similar a la del dólar estadounidense. Mayormente durante los “10 años” de Balaguer, su deterioro fue acelerado, hasta las administraciones del PLD.
Lastimosamente, este fenómeno ha venido acompañado de la devaluación del hombre y del ser dominicanos. Carlos Marx, judío, gran conocedor de la Biblia, advirtió sobre la capacidad del dinero de falsificar la verdad, haciendo al tonto sabio, al feo hermoso, y lo integro lo transforma el vil. Es aún más triste cuando la moral de los individuos es comprada con moneda devaluada. Especialmente en el área de la justicia, de los políticos y los servidores públicos; que como en los medios, la devaluación afecta la verdad y la palabra. De un modo más amplio, al clientelismo político: un sistema de compra de conciencias, de lealtades y de votos. La economía de mercado casi todo lo convierte en mercancía, especialmente la honra de los individuos.
Quizás lo más patético del momento: el propio papel con el que se hace nuestra moneda se encuentra visual y táctilmente despreciado, es decir, afeado, mal impreso y con diseños y colores de pésimo gusto y apariencia.
La devaluación de la palabra tiene su particular historia, aunque se trata, en definitiva de la misma común devaluación de todo, como resultado de la depravación total que afecta la sociedad mercantilista y consumista del presente.
Santos Discépolo escribió su famoso “Cambalache”: (…) “Pero este siglo 20 es un despliegue de maldad insolente, ya no hay quien lo niegue. Vivimos revolcaos en un merengue, y en el mismo lodo, todos manoseaos”. El tango sociológico, decía nuestro coleguita estudiante Pablo Baltera, chileno.
Como destacara el también sociólogo director de La Información, Enmanuel Castillo, en reciente editorial, la sociedad de mercado no tiene por dónde atacar la corrupción consistente en comprar voluntades y votos, pues la naturaleza misma de esta economía y sociedad no tiene cómo condenar la inmoralidad, ni siquiera de recriminarla, porque de eso se trata la sociedad capitalista consumista y neoliberal.
Desde nuestra perspectiva, lo más grave de este subdesarrollo es que carecemos de control sobre nuestro destino como nación. Nuestras clases dirigentes y élites políticas ni siquiera alcanzan a comprender el hecho de su propia condición de país llevado malamente por la corriente desarrollista y globalizante; carecen (carecemos) de capacidad de reaccionar adecuadamente a los desafíos que se les presentan.
Parecerían dudar entre asociarse al capitalismo mundializado, o arreciar la procura del proteccionismo del estado nacional, siempre, en ambos casos, sin una solución integral para la nación y el pueblo dominicanos; de frente a una globalización que carece de misericordia para los países pequeños y atrasados.
Nuestra oración de Navidad deberá incluir un largo párrafo con papá Dios, para que el año venidero nos traiga mejores luces y perspectivas para nuestro pueblo y nación.