La dialéctica de la corrupción

La dialéctica de la corrupción

Rafael Acevedo Pérez

El Presidente ha dado el paso inicial para una verdadera reforma policial, dejando cesantes a un gran número de oficiales de alta y mediana gradación, incluyendo a muchos que utilizaron sus cargos para realizar negocios obscuros en perjuicio del orden y la seguridad de los ciudadanos.


Sin embargo, muchos dominicanos tenemos necesidades y expectativas mucho más altas. Resulta difícil contener aspiraciones nuestras tan aplazadas: las virtudes de la civilización nos dan diariamente en el rostro en los medios de comunicación.


Contrariamente, la “ley de hierro de la oligarquía” (Michels) parece estar desbordada en todo el mundo, con excepciones que muestran lo que la decencia puede lograr.


Realísticamente, es difícil para las oligarquías y los gobernantes no caer en la corrupción. Y es probable que la oligarquía sea el único sistema posible para manejar nuestras corrompidas sociedades. Siendo además la corrupción la manera más fácil de las oligarquías de mantenerse en el poder: el clásico pan y circo.


Los mecanismos de la corrupción se reproducen con muchísima más eficacia que los de cualquier virus. Siendo más contagiosos y mortíferos que estos.

Aun los propios jerarcas y oligarcas no parecen entender, que la corrupción hace metástasis inmediata en los subalternos. Por ello, están siempre expuestos a la traición y a la sedición.
Justicieramente, oligarcas y clasemedias padecemos el macro desorden, el analfabetismo funcional, la inseguridad, la invasión de espacios y propiedades públicas; el ruido, el tráfico vehicular; la contaminación y destrucción ambiental; la degradación de la moral social e individual; la falta de civismo, la vulgaridad y el mal gusto generalizados.


Los jefes policiales, con excepciones, salen millonarios de la Jefatura. Durante décadas, los territorios son repartidos entre ambiciosos subalternos, mientras los más brillantes y honestos, que hacen carrera profesional dentro de la entidad, rara vez llegan a altos cargos. Heredamos de la tiranía una policía leal al jefe, mediante soborno, y ningún presidente se atrevió a quitarles los macutos a estos jefes.


Pero el desastre se origina cuando los que gobiernan necesitan de la injusticia de un modo sistemático para sostenerse; y la Justicia y el bien común no pasan de enunciados leguleyos y demagógicos.


¿De qué manera mantiene un gobernante la lealtad de subalternos corrompidos a los que es riesgoso cancelar? Sucesivos gobiernos han tenido excedentes de oficiales pendientes de ser retirados, porque son más difíciles de controlar afuera que adentro de las filas. Porque para el nuevo Presidente se requieren nuevos oficiales, confiables, mientras los viejos son pasados al semi-retiro, a andar por ahí con uniforme y escolta, pero sin tropas ni mando alguno; obligados a reportarse y quedarse relativamente quietos; los más decentes de entre ellos, con pensiones e ingresos vergonzantes.


Por razones de seguridad de clase, de seguridad del Gobierno o del propio Estado, se comenten hechos que no se pueden transparentar (non-disclosure-issues); en bocas cerradas y archivos secretos.


Pero tanto gobernantes como gobernados, de todo tipo, estamos sometidos a la ley de la iniquidad: Un pecado lleva a otro. La dialéctica y contracanto de la mentira y la corrupción.

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