En muchos hogares dominicanos los déficits del presupuesto familiar están permanentemente abiertos a soluciones ultramarinas. El «es para fuera que van» no pertenece con exclusividad al lenguaje partidario.
Retrata también el momento en que por decenios mucha gente del pueblo ha ido dejando atrás el terruño de la falta de oportunidades, visto ahora además como pasto para tentáculos de minorías con más de una cabeza.
«Quedarse aquí es joderse» habría dicho al momento de emigrar más de un hijo de vecino cansado de buscar la forma de superar la pobreza o subir al confort que como algo elemental ansía cualquier humano.
Si por «sus frutos los conoceréis» aquellos que fueron disparados hacia fuera del lar nativo por falta local de esperanzas aparecen como fuerza laboral exportada y bendita que mediante un cordón umbilical irrompible canaliza hacia su país parte de la rentabilidad que generan sus desempeños en las latitudes a las que pasaron a residir sin dar la espalda a las ascendencias y descendencias que aquí dejan.
Por vías de consecuencias. sus flujos monetarios engrosan patrióticamente la liquidez en divisas, sin las cuales aquí habría más apuros de la cuenta y menos posibilidades de contener la depreciación del maltratado peso.
La historia de la comunidad dominicana en el exterior incluye muchas correctas tramitaciones de formalidades migratorias pero a las que siempre están sumándoles capítulos de temeridades en conflicto con la ley que incluyen yolas, tiburones y «capitanes» de mafias navegantes, los que con dinero embolsado, son los únicos que con frecuencia sobreviven a naufragios por el canal de la Mona, cementerio acuático y sin cruces.
En el registro de la trashumancia con falseamiento de la realidad en buscar de mejores horizontes figura casarse pero solo «por amor» a salir huyendo del país. Sorprendentes contrataciones conyugales, la más de las veces sin consumación y sí con buenas sumas de dinero de por medio que traen de cabeza a las autoridades que otorgan visas y exigen autenticidad a los lazos con extensión de derechos que les piden conceder. ¿Qué faltaría para que quisieran ser al menos testigos presenciales de las «lunas de miel»?
Algunos relatos de esas «bodas» de conveniencias transitorias con ocultamiento de intenciones hablan de flechazos o desvaríos «cupidianos» que surgen en medio de las simulaciones que ponen a los jueces civiles a declarar maridos y mujeres a gente que en realidad no tenía entre sus planes formar nueva familia; e incluso se proponía casarse de nuevo después con sus parejas originales.
Lo que deja significado que muchos divorcios son tan irreales como los casamientos estacionales. Se dice que la cercanía entre actores de cualquier comedia nupcial puede mezclar sin querer el fuego con la gasolina. Que lo que parecía destinado a quedarse como cuento de camino, termine con contundentes obligaciones de acudir al ginecólogo y gastar dinero en cunas y pañales.