No es fácil ni cómodo aceptar que existe algo peor que la dictadura de los tiranos, los imperios y los oligarcas, y que dicha dictadura en la actualidad sea ejercida sobre la mayoría de nosotros: Se trata de la dictadura de sus subalternos. Luego de que Ortega y Gasset nos advirtiera lo de la rebelión de las masas, vino otra cosa peor: la inefable mixtura de ateísmo comunista, con sus versiones y tácticas de acumulación de capital, y de acceso y retención del poder, mezclados con la corrupción tradicional, despiadada e inclemente, de las agrupaciones políticas del sistema.
Fenómenos simultáneos con la extensión del narcotráfico, en sus vertientes de macro y micro tráfico, que se han esparcido, y echado lianas y tenazas en gran parte del tejido social y de las instancias políticas; con destacada mención miembros de la policía y los cuerpos armados, que junto al sistema de lavado de activos, han terminado por abarcar gran parte del Estado-sociedad-nación. En ese contexto, el micro tráfico se fue desarrollando rápidamente en los sectores populares, y parecía al principio una cuestión natural, casi justa, pues podía ser visto hasta cierto punto como una especie de derecho al pataleo de los más pobres. En todo caso, un mecanismo fabuloso de producción de empleos en el cual podían participar jóvenes “ninis”, vagos y degenerados, difíciles de insertar en cualquier otro plan o mecanismo de participación social.
Tratándose, sobre todo, de un eficiente mecanismo de redistribución del PNB, ya que según los informes de la CEPAL y el FMI, dicha redistribución no se produce por otros mecanismos, especialmente porque el sistema formal no produce suficientes empleos productivos.
Pero esta revolución de las masas, con micro tráfico y micro corrupción (policial, burocrática y de varias especies más), ha creado una serie de micro estructuras y mecanismos informales de poder que, principalmente en el barrio, funcionan como una de las dictaduras más arbitrarias que se pueda imaginar.
Porque el micro o “petit-narco” controla una multitud de mecanismos informales de negociación, encubrimiento e información, que incluye a familiares y personas de todas las edades, que incluye el micro caliesaje. Así, traficantes y aliados se apoderan del vecindario, en el cual patrocinan sus puestos de ventas de droga, colmadones y grupos de la esquina, incluidos los juegos de mesa de individuos que a la vez beben, juegan, vigilan, escuchan y esparcen “música” estruendosa, con contenidos definitivamente infernales. Ante esto, los vecinos no se atreven a llamar a la policía, a anti ruidos, ni a nadie, por temor a que los propios policías los denuncien ante los narcos. Los narcos utilizan durante la semana estas formas pseudo musicales para avisar que sus distribuidores están en espera de sus clientelas.
El barrio no duerme, los que van a trabajar se desvelan, y la policía pareciera poco deseosa de enterarse, pues esa dictadura silenciosa, paradójicamente, se ejerce con todo el estruendo de bocinas tumba cocos. Por el nivel de ruido probablemente se pueden detectar muchos miembros de esas redes del poder barrial mafioso.