La dictadura de ULISES HEUREAUX

La dictadura de ULISES HEUREAUX

Además de considerar que en seis textos académicos de alto nivel dedicados a Ulises Heureaux su dictadura no está suficientemente explicada ni exhaustivamente investigada, Orlando Inoa separó dos capítulos de “La viña de Naboth” que Sumner Welles dedica a ese periodo y los usó como pretexto para escribir el libro “La dictadura de Ulises Heureaux” porque, a su juicio, durante ese gobierno se inició la modernización del Estado de hoy en día.

Los historiadores a que se refiere  son MuKien Sang, Jaime Domínguez, Harry Hoetink, Rufino Martínez, Emilio Rodríguez Demorizi y Cyrus Veeser.  Los aportes novedosos de este ejemplar, que ocupa el segundo lugar en ventas de  librería, son su presentación, las notas, glosas, fotos, tablas, mapas y adendas que el historiador incorpora a la obra en que hace revelaciones impresionantes. Entre sus  fuentes inéditas se encuentra una considerable porción del epistolario de Lilís,  patrimonio del Archivo General de la Nación  que algunos han consultado y hasta publicado, pero incompleto. Inoa profundizó en la parte que nadie había reproducido.

“Heureaux era un apasionado de la escritura de cartas. Solo las relacionadas con el gobierno componen cuarenta y un volúmenes de 700 páginas, la mayoría escritas de su puño y letra. En un día solía escribir de 25 a 30. También era un receptor de cartas, las que leía todas. Este fondo documental es bastante amplio y por demás imprescindible para estudiar su gestión de gobierno”, apunta.

Cita estudiosos que no recogieron ese acervo y afirmó que en 1978 Andrés L. Mateo, director de la editora de la UASD, anunció que ofrecería al público toda esa correspondencia, con introducción y notas de Juan Daniel Balcácer pero “el proyecto quedó estancado con la publicación de un primer libro que contiene las mismas cartas mecanografiadas que con el título de Copiador de cartas del presidente Heureaux se encuentran en el AGN.

Para este libro Inoa dispuso, además, de cartas de Heureaux pertenecientes a archivos particulares. Agradeció al historiador Cyrus Veeser  que transcribió un gran porcentaje de las misivas inéditas, encuadernó cinco tomos y le obsequió uno.

Ni humor ni folklore. Para desgracia de la historiografía dominicana, las distintas administraciones de Ulises Heureaux son recordadas por las anécdotas que surgieron de su faceta folklórica, humorística y a veces tragicómica “y no por los acontecimientos históricos, sociales, económicos y políticos” que sucedieron, lamenta Inoa. Lilís, agrega, “se había convertido en una leyenda aún cuando estaba vivo”.

Manifiesta que también la mayoría de los textos que abordan a Heureaux se centran fundamentalmente en los aspectos negativos más que en los positivos “de su dilatado y cruento mandato”.

Menciona a Enrique Apolinar Henríquez, quien afirmó que Lilís fue un patriota, pese a haber sido “férreo tirano”; a García Godoy, quien consideró que en adelanto material el país le debía bastante y que con él florecieron la agricultura, el cultivo del cacao, hubo marina, ejército digno de este nombre y que el ferrocarril de Puerto Plata, obra difícil y costosa, “data de la época de su dictadura”.

Estudiosos extranjeros vieron igualmente el lado positivo de Lilís y Orlando Inoa recoge varios que aseguran que el mandatario fomentó el desarrollo de la educación, la inmigración, la agricultura, la construcción de ferrocarriles y negoció un tratado de reciprocidad con Estados Unidos.

Acota que Lilís fue solidario con la independencia cubana y tras la extensa relación de los méritos que le atribuye concluye que “la historiografía caribeña ha estado ofuscada más en buscar las sombras que las luces en el gobierno de Lilís”.

Su libro, reitera, busca “redimensionar la figura política de Ulises Heureaux y llevar el análisis de su gestión al plano académico y no meramente emocional”.

“A sabiendas del sistema de terror que implantó, del socavamiento de las instituciones y del caos económico en que dejó las finanzas públicas cuando fue asesinado, no todo fue desastroso en su administración”. Repite que con él llegó la modernidad: inauguró el telégrafo entre la capital y San Cristóbal, popularizó el hielo como bien de consumo cotidiano, se conoció la luz eléctrica, el país tuvo barcos movidos a vapor, llegó el primer automóvil importado desde Estados Unidos y  desembarcaron varios carros destinados a Santiago y Montecristi; creó un grupo social que fundó clubes, entre otros.

En otro orden desfilan los intelectuales sumisos, como la juventud hostosiana que sucumbió al poder y las múltiples demostraciones de apoyo que recibió de la clase pensante: Hipólito Billini, Félix María Delmonte, Manuel María Gautier, Joaquín Montolío, José Gabriel García, Emiliano Tejera, José Martín Leyba, José de Jesús Ravelo, Francisco Henríquez y Carvajal, Enrique Henríquez y otros “genuflexos”.

Al margen de la profundidad de sus análisis, el autor se adentra en detalles menos trascendentes, como que Lilís no era negro, si era o no dominicano, cómo le fue inutilizado el brazo o por qué se negaba a firmar el famoso decreto de San Fernando de monseñor Meriño, apodado “La pantera mitrada”.

Asimismo refiere las malquerencias de Sumner Welles contra su biografiado y  señales, celajes, desastres y   “maleficios” que se produjeron cuando estaba siendo ejecutado.  El 26 de julio de 1898, mudaron a la virgen de Altagracia desde su templo al de las Mercedes porque Heureaux vendió el primero y desde aquel día “consideraron perdido” al tirano, abatido al año en Moca. Él tenía una vieja rencilla con la Altagracia desde las elecciones que le arrebató a Casimiro  De Moya y que terminaron en la Revolución de 1886. La boleta de De Moya, el ganador, tenía la efigie de La Altagracia; en cambio, la de Heureaux tenía la de las Mercedes. “Lilís trastocó todo y dispuso ganar al partido de la Virgen de las Mercedes (el suyo) sobre el de la Virgen de La Altagracia (el de De Moya)”.

“La dictadura de Heureaux” es una preciosa impresión de 269 páginas con profusión de nítidas fotos de hombres y mujeres víctimas o beneficiarios del régimen, con sus biografías. Amor, sexo, humor, política, oportunismo, revoluciones, expediciones, crímenes, terror, genealogía, lealtades, envilecimiento,  se mezclan en sus páginas en las que también es enjuiciado Sumner Welles.

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