La dieta de las carabelas

La dieta de las carabelas

MADRID (EFE).- A estas alturas sabemos perfectamente qué alimentos cruzaron el Atlántico, en uno u otro sentido, a raíz de los viajes de Colón, y cómo esos alimentos modificaron los hábitos gastronómicos de una y otra orilla.

Lo que es menos sabido es qué comían, durante sus viajes, los miembros de las expediciones colombinas; en los siglos XV y XVI la vida a bordo no era precisamente confortable, como no era completa ni demasiado agradable la dieta. Y, además, en el largo viaje de España a las llamadas Indias Occidentales no había demasiados lugares para reavituallarse.

El historiador y gastroarqueólogo vallisoletano Julio Valles acaba de publicar un interesantísimo libro titulado ‘Saberes y sabores del legado colombino’, con motivo del V centenario de la muerte de Cristóbal Colón. Y en su capítulo II, bajo el título ‘Comer en el mar’, nos cuenta precisamente eso: qué se comía en las naves castellanas.

 He aquí la lista de ‘bastimentos’ para el cuarto y último viaje colombino, que partió de Cádiz el 11 de mayo de 1502 con cuatro navíos y 150 hombres: dos mil arrobas de vino, ochocientos quintales de bizcocho, doscientos tocinos, ocho pipas de aceite, ocho toneles de vinagre, veinticuatro vacas encecinadas, ochenta docenas de pollos, sesenta docenas de pescados, dos mil quesos, doce cahíces de garbanzos, ocho cahíces de habas, mostaza, oruga, ajos y cebollas.

Digamos que cada arroba de vino eran quince litros; no parece que fuese a faltar. Cada quintal equivalía a cien libras, y cada cahiz a tres fanegas, unos ciento cincuenta litros. La relación no incluye el agua; la última aguada antes de cruzar el océano se hacía en las islas Canarias, normalmente en la Gomera.

Recuerden que el bizcocho, también llamado galleta, era el pan que se cocía dos veces, de ahí su nombre, como el francés ‘biscuit’; esas dos cocciones garantizaban una larga vida a ese pan… pero una vida que los tripulantes debían ‘compartir’ con gusanos y gorgojos. El bizcocho, duro como una piedra, se mojaba en agua, o en vino, para hacerlo masticable.

El agua. Otro problema. Se estropeaba con facilidad, y al final era un líquido nada apetecible. La verdad es que la vida a bordo no era, precisamente, cómoda; no se parecía en nada a la que llevan los pasajeros de los modernos cruceros turísticos, en los que no falta de nada.

Verán que, dejando de lado la oruga, que es lo que hoy está tan de moda con el nombre de rúcola, faltan alimentos vegetales frescos; los garbanzos y las habas eran, entonces -hoy los primeros lo siguen siendo- legumbres secas. En otras expediciones, los bastimentos incluían arroz y miel; faltan en ésta.

De todos modos, lo peor era el escorbuto, producido por carencia de vitamina C. El escorbuto fue la plaga en los navíos hasta que, bastante después, se empezó a utilizar el zumo de limón, o de lima en el caso de la Royal Navy, para evitarlo. Al parecer, la isla de Curacao tiene que ver con esta plaga.

   Cuentan que un barco portugués desembarcó en esa isla, aún sin nombre occidental, a dos marineros afectados de escorbuto para que, al menos, pasasen sus últimos días en un paraíso. Cuando, pasado algún tiempo, el buque regresó a la isla, encontró a los dos presuntos cadáveres en perfecto estado de salud, debida a su dieta que incluía, sobre todo, fruta. Así que bautizaron a la isla como ‘Isla de la Curación’, que es lo que significa ‘curacao’ en portugués, y no corazón, como cree mucha gente. Cosas de los barcos… EFE 

Publicaciones Relacionadas

Más leídas