La difamación es un ataque

La difamación es un ataque

“Si la culebra pudiese hablar, sería el mayor calumniador del león.

Los hombres reptiles por eso persiguen con su lengua a las almas superiores”.

Manuel Altamirano Basilio

Uno de los cuatro acuerdos compartidos por el escritor mexicano Miguel Ruiz nos invita a ser impecables con la palabra. El sabio tolteca nos invita a usar lo que decimos para elevar, dar ánimo y motivarnos a nosotros mismos y a otros. Todas las palabras tienen poder. Entonces, ¿qué pasa cuando se usan para desacreditar, difamar o calumniar?

En el judaísmo, «lashón hará» o “lengua maligna”, se refiere a cualquier comentario que sea potencialmente dañino para alguien. Popularmente, lashón hará también es usado para describir los conceptos de «rejilut» y «hotzaat shem ra», que se utilizan para nombrar la difamación.

El consejo del libro sapiencial de los proverbios (21:23) dice: “El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias”. Cualquier comentario que pueda quitar valor a la persona de la cual se habla, ante los ojos de quien escucha es «lashón hará». Esto significa que no debemos hacer un comentario que pueda dañar (o perjucicar) a alguien física, psicológica o económicamente.

El sabio Siddhārtha Gautama, mejor conocido como “Buda”, que en sánscrito significa “el que despertó”, decía que hay 10 cosas que se pueden considerar malas. Tres de ellas dependen del cuerpo (matar, robar y cometer adulterio), tres del pensamiento (envidia, cólera y pasión ciega) y cuatro de la boca (calumniar, maldecir, mentir y adular). Según el eremita “todas estas cosas van contra el sacro camino, y por tanto son nocivas”.

La ausencia de ética puede distorsionar la realidad, al punto de confundir a los involucrados. Hace una semana, una persona que dice ser mi vecina envió un correo a la administración del condominio en el que resido, refiriendo un incidente relacionado conmigo. Su misiva estaba manipulada y contaminada por eventos anteriores, en los que salí agraviada por unos arreglos mal supervisados que la señora realizó en la unidad que dice habitar.

En aquel momento me dijo que ella era la interiorista a cargo y accedí a una reparación que me perjudicaba, con tal de colaborar con ella. Aún así, tuve inconvenientes para que respondiera con el pago y los tiempos de respuesta a los arreglos. Le envié varios correos y mensajes por WhatsApp a la administración del condominio, al abogado del supuesto dueño y a ella. Al cierre del evento, ella no contestaba los mensajes y cerramos de manera poco agradable.

En el correo del día que desencadenó los sucesos, ella inventó cosas con tal de ganar simpatía con la administració. Suelo prestar poca importancia a lo que dicen de mí, aun cuando sea una opinión difamatoria. Tal como decía el dramaturgo y poeta William Shakespeare, aunque las personas sean castas como el hielo y tan puras como la nieve, no escaparán a las calumnias. Para mí, las malas opiniones son parte del precio que gustosamente pago por la exposición pública que tengo, al hacer un trabajo que amo.

Para difamar a alguien no se necesita mucha habilidad ni inteligencia. El filósofo romano Cicerón aseguraba que “nada hay tan veloz como la calumnia”. Para el ilustre jurista, la calumnia es una de las cosas “más fácil de lanzar, más fácil de aceptar y más rápida en extenderse”.

¿Alguna vez alguien te ha calumniado? En el judaísmo, el lashón hará se compara con el asesinato. Cuando lo dicho se fundamenta en datos inventados o fabricados, se le llama también motzi shem. Por otra parte, el budismo mira la calumnia como un acto criminal. Y es que, lastimar la vida emocional y social de las personas es tan grave como atacar su cuerpo.

Algunas enseñanzas espirituales dicen que cada persona viene con un cierto número de palabras en su vida. ¿Quién desearía desperdiciar un regalo de tanto valor? El estadista francés Napoleón Bonaparte creía que la calumnia, como el aceite, siempre deja huellas.

Hemos sido entrenados para actuar, crear, sentir y pensar de cierta manera, según la conciencia familiar. La lealtad invisible nos lleva a confundir las creencias que fueron adoptadas en el sistema con lo que la persona es. En constelaciones familiares, aprendí que la difamación viene de la buena conciencia, que nos conduce a hacer cualquier cosa con tal de pertenecer al grupo.

¿Dónde aprendemos a juzgar? ¡en el clan! Nos sentimos en el derecho de atacar a todo aquel que “no es bien visto” por los nuestros. El escritor español Miguel de Cervantes, autor de la célebre obra Don Quijote de la mancha expresó que “es tan ligera la lengua como el pensamiento, y si son malas las preñeces de los pensamientos, las empeoran los partos de la lengua”. La lealtad a la familia nos puede llevar a la incapacidad de utilizar la palabra para exaltar lo que es bueno, sano y vital para nosotros mismos o para otros.

Los kabbalistas explican que la semilla del dolor y el sufrimiento en nuestro mundo fue sembrada cuando la serpiente habló a Eva del Creador con mala lengua. Adán y Eva cayeron espiritualmente porque se dejaron llevar de las palabras de la serpiente.

Así, cuando hablamos negativamente sobre otros, o sobre nosotros mismos, replantamos la semilla de la oscuridad en nuestro mundo. Esta acción coloca una coraza de negatividad y oscuridad que cubre el alma, evitando que entre cualquier Luz que podamos generar a través del trabajo espiritual.

El escritor Elie Wiesel, superviviente de los campos de concentración nazis, dijo: “Puede que haya ocasiones en donde no tenemos el poder suficiente para detener una injusticia, pero nunca debe haber un momento en el cual no protestemos al respecto”.

Tuve una semana complicada, en la que visité la fiscalía en varias oportunidades, para interponer la denuncia ante las autoridades. La susodicha vecina jamás ha regresado al condominio. Se ha negado a ver al alguacil para recibir la notificación y mantiene su celular apagado.

Además de los agravios y molestias que me ha causado directamente, he perdido horas de trabajo dándole seguimiento a lo ocurrido. Soy consciente de que lo que expresamos muestra nuestro nivel de consciencia. Por vía de este acontecimiento he tenido el chance de practicar el perdón incansablemente. Cuando se levantan en mí emociones no armónicas, recuerdo el pensamiento del poeta italiano Francesco Petrarca, considerado el padre del humanismo, cuando dijo que “el que de otros habla mal, a sí mismo se condena”.

La energía nunca abandona su fuente. Todas las palabras que salen de la boca, regresarán al cuerpo. Si lo que decimos ha sido sano nos empodera, pero si ha sido impuro nos enfermará y en casos extremos nos llevará a la muerte física o a la muerte espiritual.

Un proverbio idish dice que “es mejor sufrir una injusticia que cometer una”. No tengo nada que esconder y soy responsable de mis actos. Por eso, vivo en paz y duermo tranquila, dejando el asunto en manos de la justicia de la tierra y la justicia del cielo.

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