Nosotros como padres, siempre tendremos distintas expectativas respecto a nuestros hijos, así como aspectos en ellos que nos causen diferentes emociones. Pero sin duda alguna, no hay mayor bendición, que regale paz y satisfacción que el hecho de que los hermanitos se lleven bien y aprecien el tiempo que pasan juntos, aunque no podemos cegarnos a la realidad de que al ser diferentes entre sí, tarde o temprano nuestros hijos llegarán a discutir de manera fuerte y se generarán malentendidos entre ellos. Y hasta cierto punto es normal que los hermanos se peleen y tengan discusiones acaloradas, sin embargo, no resolver estas diferencias a tiempo puede conducirnos lentamente a la desdicha, la inestabilidad familiar y la desilusión.
Las peleas fuertes entre hermanos en ocasiones pudieran ser físicas, pero también emocionales y psicológicas. Por ejemplo, si uno de nuestros hijos critica a uno de sus hermanos, puede afectar su autoestima.
Y esto surge, porque muchas veces, a nuestros hijos les gusta ser competitivos. Si tu hijo tiene el espíritu de superación personal constante y le agrada competir contra sus hermanos, puedes ayudarle a ver que la vida ofrece muchas instancias en las que puede competir. El hogar, en cambio, es el ambiente adecuado para aprender a trabajar como equipo, en lugar de competir uno contra el otro.
Cada niño es distinto y es muy importante atender a las necesidades que plantean estas diferencias para potenciar a cada hijo en su desarrollo. Uno de los errores humanos pero poco positivos en el contexto de la educación familiar es hacer diferencias entre los hijos. Estas diferencias no solo dañan la autoestima de aquel niño que se siente en inferioridad respecto a su hermano sino que además, también se deteriora la relación de hermanos.
Por eso es muy importante que como padres, evitemos hacer comparaciones entre los hijos y tratarlos siempre por igual. Esto puede ser un poco difícil, pero es posible. Debemos recalcarle a cada uno sus virtudes, asegurarnos de que cada uno escuche cuál es su virtud. Así, se les resulta natural el hecho de que cada uno tiene sus fortalezas, así como aspectos a mejorar. De la misma manera, cuando tienen un conflicto, les debemos hacer preguntas por separado sobre el problema y luego en conjunto. Con esto les ayudamos a escuchar la versión de cada uno y luego buscar juntos cómo resolver el conflicto.
Algunas veces, los hermanos evitan enfrentar sus conflictos entre sí. Sin embargo, como padres debemos invitarles siempre a tomar la decisión de resolver los problemas que surjan, a fin de evitar que estos se tornen mayores y generen frustración, rencores, desdicha y pesar.
Una manera de consolidar las relaciones familiares es compartiendo y poniendo responsabilidad en cada uno de ellos en proyectos conjuntos y darle una participación importante en cada etapa del proyecto.
Es importante establecer los mismos criterios de educación para todos los hijos, de lo contrario tendremos consecuencias en ellos no muy favorables y distante de lo que realmente deseamos.
Debemos ayudar a nuestros hijos a ser buenos hermanos y a convivir en la diversidad. Si bien sus conflictos no desaparecerán por arte de magia, ellos aprenderán a ser buenos amigos y evitarán la rivalidad, que sólo produce tristeza y sentimientos destructivos en la familia. A futuro ellos tendrán las herramientas necesarias para sus hijos y lecciones aprendidas que no le permitirá valorar el núcleo vital de la sociedad (la familia).