Uno se pone a meditar sobre los problemas de seguridad ciudadana que afectan a países como los nuestros y, sinceramente, resulta difícil la tarea de los cuerpos policiales. La uniformada dominicana no escapa a dicha realidad, lo que nos motiva a realizar estas reflexiones con la intención de aportar algo constructivo al permanente debate sobre el tema.[tend]
Es cierto que en ocasiones, en el ejercicio del deber, agentes policiales cometen excesos, también es verdad que nuestra policía, a pesar de los avances alcanzados en estos años, tiene estructuras arcaicas y una base autoritaria, como nadie puede negar determinados niveles de macuteo, los cuales existen, lamentablemente, en casi todas partes del área latinoamericana.
Pero, en defensa de la verdad, debemos exponer que la nuestra es una de las policías más experimentadas de la región y que, a pesar de sus carencias, de las limitaciones presupuestarias y la precariedad de recursos tanto logísticos como económicos, resuelve a tiempo numerosos casos, previene el delito y hace lo más que puede para hacer bien su trabajo.
Ahora, no se puede obviar las tremendas limitaciones que padece el cuerpo: número insuficiente de efectivos, agentes muy mal pagados, un presupuesto que muchas veces apenas alcanza para nómina y algo de combustible para mover las unidades de patrullaje, tardanza en los suministros de uniformes y botas, entre otras precariedades que obstaculizan la buena labor policial.
Por mejores que sean las intenciones y la capacidad de los máximos jefes de la policía, por mayor que sea el deseo de las comandancias en cumplir con sus deberes, si no se tienen los recursos suficientes, los resultados no serán nunca los apetecidos. ¿Qué procede hacer? Buscar los recursos que necesita la institución, tecnificarla, modernizarla, eficientizarla, mejorar las condiciones de vida y de trabajo de todos sus miembros y veremos, entonces, mejores avances en la lucha contra la delincuencia en el país.
Tradicionalmente, somos de los que defendemos y respaldamos la misión de la PN. Ahora, cuando se cometen arbitrariedad, crímenes aislados o cualquier violación a los derechos humanos, nos situamos entre quienes condenamos dichos hechos. Y a propósito, es oportuno referirse a los intercambios de disparos que con frecuencia ocurren, casi siempre entre delincuentes y policías.
Nos preocupa el hecho de que segmentos de opinión pública sólo dan crédito a dichos enfrentamientos, cuando en los mismos cae o resulta herido un agente policial. Si quien pierde la vida es el delincuente, entonces se cuestionan los hechos. Si la PN enfrenta con mano dura a los peligrosos delincuentes, un coro de voces se levanta en defensa de los derechos humanos; y cuando se baja la guardia, entonces la queja es de que el Jefe de turno es flojo.
Lo que procede es, como decimos, equipar y dotar de recursos nuestra uniformada, subir los sueldos a todos sus miembros, mejorar la seguridad social, cumplir la Constitución y las leyes, respaldar la misión policial y su tesonero afán por resguardar el orden público y la seguridad ciudadana, sancionar a quien abuse, pero no estigmatizar a los agentes que, arriesgando sus vidas, dan el frente a los peligrosos delincuentes armados que amenazan el derecho a vivir de un pueblo, el nuestro, amante de la paz y de la libertad.