La difícil tarea de salvar el planeta

La difícil tarea de salvar el planeta

Comentario Editorial
Un acuerdo que deja sonrientes a todos es escurridizo, pero posible

Producir una respuesta sensata al cambio climático es un esfuerzo maratónico, pero el mundo dio otro paso adelante el pasado fin de semana con la publicación de un nuevo informe científico. Tan importante como es esta nueva contribución, el grillete en nuestros tobillos es el resultado político, no la incertidumbre científica.

Los científicos designados por la ONU pusieron sus dedos sobre uno de los obstáculos: la probabilidad del impacto del cambio climático en diferentes países es muy desigual. Para algunas áreas –Liberia, Canadá, Escocia– algún nivel de calentamiento puede ser beneficioso. Para algunas otras áreas es probable que las consecuencias sean mucho menos bien recibidas: desde escasez de agua, hasta huracanes e inundaciones.

Bangladesh, por ejemplo, está densamente poblada y corre el riesgo de temporadas de lluvias mucho más erráticas, ciclones más feroces, y que la sal del mar llegue hasta las tierras cultivables. El daño causado por el cambio climático podría tener dimensiones bíblicas en Bangladesh, mientras que los residentes de Nueva York sufrirían con un poco más de sudoración en el metro. ¿Cuánto están dispuestos los habitantes de NY a pagar por salvar a Bangladesh? –está una de las interrogantes que calzarán las negociaciones internacionales, aún cuando nadie sea capaz de preguntarlo en voz alta.

Si Sir Nicholas Stern tiene razón en que el costo de hacer nada sobre el cambio climático es mayor que el costo de hacer algo, hay espacio para un acuerdo de repartir los costos entre los países de manera que dejara a todo el mundo mucho mejor. Sería necesario contar con un idealista soñador para creer que sería fácil alcanzar un acuerdo semejante.

Sin embargo, la voluntad política para actuar está creciendo, evidentemente. Es probable que el Consejo de Seguridad de la ONU discuta el cambio climático –tal como debería hacerlo, dado las hambrunas que pueden provocar guerras y desplazamientos humanos masivos, tan familiares en las noticias de la tarde. La próxima administración de Estados Unidos seguramente estará más iluminada que la presente en cuanto a este problema; en todo caso, difícilmente podría estar peor. Los políticos europeos disputan entre sí por parecer más “verdes”.

Es por eso es que queda alguna esperanza de un sucesor funcional para el acuerdo de Kioto. Tendrá que incluir la India, China y Estados Unidos. Y sería políticamente beneficioso si tuviera miras más altas, y se concentrara en limitar gradualmente la concentración atmosférica de dióxido de carbono, en lugar de mirar a marcas históricas de emisiones pasadas. 

Quizás esos patrones hayan sido la única opción cuando se redactó el borrador del acuerdo de Kioto, pero ha penalizado tanto a las economías que eran eficientes en 1990 como a las que han crecido rápidamente, como la de EEUU. A la atmósfera no le importa quién recibe un permiso para las emisiones, puesto que de todas formas se van a negociar, sino que los argumentos sobre su distribución pudieran resultar un serio obstáculo. Mirar el nivel de emisiones en 1990 no va a ayudar a edificar un acuerdo que deje a todos sonriendo cuando abandonen la mesa de negociación.

También los políticos tendrán que aprender la forma de vender cualquier acuerdo. Muchos países están respondiendo al cambio climático mediante recompensas a grupos favorecidos de cabilderos, en lugar de distribuir con justicia los costos. Un análisis publicado hoy por economistas de la Universidad de Oxford demuestra que el programa Trading European Emissions aportó una bonanza masiva a industrias contaminantes; disfrutaron de permisos valiosos, innecesariamente generosos, y al final, a expensas de los contribuyentes.

Deberíamos ser capaces de hacer algo mejor que eso. Un precio estable, predecible para el carbón –ya sea mediante una subasta de permisos de emisiones o un impuesto al carbón– promovería las formas mejores de reducir las emisiones, mientras le aportaría ingresos sustanciales a los gobiernos. Esos ingresos se pueden emplear para la compra de apoyo político interno mediante la reducción de otros impuestos, y pueden aportar el dinero necesario para asegurar que los países en desarrollo se sientan felices de adherirse al acuerdo que sustituya al de Kioto.

Los informes científicos y económicos del mundo no van a resolver la incertidumbre sobre los efectos del cambio climático, o los costos de reducir las emisiones. Sin embargo, una respuesta comedida ahora empezaría a revelar precisamente cuán caro será desplazarse hacia una economía baja en dióxido de carbono, además de promover la innovación y la eficiencia energética lo antes posible. Al margen de si los costos resultan altos o bajos, ya es tiempo de tomarse el trabajo de averiguarlo.

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