La difícil transición

La difícil transición

Si se examina la Historia, se puede afirmar que en todos los países pobres que han sufrido los avatares de las dictaduras o de los llamados “gobiernos fuertes”, la transición hacia la democracia cuando sus gobernantes han desaparecido, ha sido sumamente difícil conciliar los intereses que giran en torno a la sociedad.

No resulta fácil lograr que un pueblo transforme sus actitudes de la noche a la mañana, pues siempre se requiere de una persistente insistencia educativa que le permita ver las ventajas de la democracia, como también erradicar algunas actitudes culturales relacionadas con el cumplimiento de los deberes y el respeto a la ley.

Los dominicanos tenemos suficientes motivos para afirmar que desde la erradicación de la tiranía en 1961 hasta la fecha, se han logrado algunas conquistas en el fortalecimiento del proceso democrático, aunque todavía faltan muchos tramos por recorrer.

Un pueblo levantisco como el dominicano, con tantas esperanzas frustradas y con una amplia brecha social que separa a los ricos de los menos pudientes, no es fácil lograr que se encamine por senderos de libertad, orden y desarrollo, especialmente cuando muchos confunden la primera con el libertinaje y las dos restantes con una supuesta opresión o ventajas exclusivas para los capitalistas.

No podemos negar que en el país hubo algunas excepciones, gobiernos que fomentaron el desarrollo pero que limitaron las libertades democráticas, conquistadas con mucha sangre, esfuerzos y sacrificios de millares de mártires que ofrendaron sus vidas para que se cumpliera ese ideal.

Otros gobiernos, por cierto muy pocos, iniciaron y han mantenido avances desarrollistas sin menoscabar la dignidad humana, vale decir sin presos políticos, sin persecuciones selectivas y sin crímenes contra adversarios, algunos de los cuales a menudo se exceden en su intolerancia, sin tomar en cuenta los factores nacionales e internacionales que afectan la gobernabilidad.

No es que pretendamos ser como Islandia, un país nórdico que de una mísera aldea hace 200 años, se ha convertido en los últimos 20 años en uno de los países más prósperos del planeta, donde no hay educación ni clínicas privadas, pues los servicios públicos de salud  son tan buenos que no hay demanda.

Los islandeses compran más libros per cápita que cualquier otro país del mundo y el índice anual de asesinatos es inferior a cinco, mientras que la población carcelaria es de apenas 118.

Ese enorme progreso se debe a la educación y al trabajo.

Hacia el logro de esas metas es que tienen que encaminar sus pasos los Gobiernos, si es que queremos que la transición entre un país pobre y atrasado y uno más progresista, sea más acelerada y menos traumática.

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