La riqueza adquirida por medios espúreos convierte al hombre en material de centina. Vivimos en una etapa en la que los valores esenciales de la convivencia humana parecen sucumbir ante los efectos de la alucinación del poder y el amor al boato.

Y en el afán de convertir a la mediocridad en el peldaño para el ascenso social, muchos hombres olvidan que detrás de sus actuaciones delictivas están esperándolos tarde o temprano la justicia del hombre y la otra, que es infalible; la justicia divina.

Estas reflexiones se aplican a quienes eligen a las instituciones que garantizan la soberanía y la salud del orden como puente para la realización de sus insaciables ambiciones, utilizando como escudo al uniforme, al que deshonran, y aprovechándose de situaciones económicas sujetas a las peores tentaciones.

Con la conducta defleccionada de los malvados, se crean sospecha, miradas de soslayo y hasta incertidumbre.

En la opinión de la ciudadanía sobre la imagen de dignidad, honor y disciplina que ha existido y existirá en las Fuerzas Armadas.

Pero la dignidad de las Fuerzas Armadas prevalecerá.

No importa la peligrosidad de los retos.

El cáncer de la criminalidad no logrará establecerse definitivamente, porque en cada época habrá un proceso de cirugía moral y ética deterrente para fortalecer el prestigio ganado en Las Carreras, Azua, Santiago, Beller y Cambronal, y en la lucha actual contra la perversidad importada.