Las necesidades y satisfacciones durante la vida tienen explicaciones diferentes de una persona a otra, según su cultura, sus valores, su razón existencial y su dignidad. Durante la muerte, el ser humano cuestiona la vida, sus resultados y sus tareas inconclusas; le abrigan sus temores y miedos, desesperanza y culpas, pero también, le angustia las carencias al final de la vida. En ambas, vida o muerte lo que no debe nunca faltar es la dignidad. Una vida sin dignidad es vivir en la miseria humana; mientras una muerte sin dignidad es haber vivido más muerto que vivo y, al final, ser miserable dos veces.
La dignidad se asume como una condición de ser merecedor de honor, de respeto, de admiración y de estima. Se construye en la historia personal y se asume en todos los espacios, en todas las condiciones, en la conquista y en la derrota, es decir, en la vida y en la muerte. Cuando la dignidad es propiedad de la persona, es su sentido de pertenecía y le lleva a sentirse autosuficiente, auto-aceptado, y con autodeterminación para hacer lo correcto, asumir su libertad, ser independiente y tomar su decisiones conforme a su conciencia y valores, entonces, se habla de la dignidad intrínseca. Mientras que la dignidad extrínseca es aquella con la que se es tratado y que depende de la conducta y del trato de la otra persona.
Las personas con dignidad demandan relaciones con respecto, consideración, sin maltrato físico, ni psicológico ni emocional; pero tampoco aceptar el acoso moral, ni sexual; simplemente tratan de conservar su moral, su vergüenza y dignidad. Cuando una persona pierde la dignidad en vida, acepta en su vida los maltratos, el desprecio, la desconsideración, las humillaciones y la vida miserable. Esa ausencia de dignidad habla de baja autoestima, de pobre auto concepto, de una pobre relación consigo mismo, o se tiene una historia personal de abuso sexual, emocional y existencial, donde la persona asume su vida con miedo, con vergüenza, con culpa o temor al rechazo, al abandono o al desapego.
Existe un proceso psicoterapéutico sobre la dignidad, donde se enseña cómo cuidarla, cómo usarla, cómo se vive con ella y se transciende a través de ella, para alcanzar una vida digna, en armonía y de bienestar. En esas condiciones es que la persona se siente orgullosa de sí misma, se acepta, se aprecia, se valora y se respeta en su interior y con lo externo. La implicación de vivir sin la dignidad conlleva a ser influenciable, a la depresión, a la despersonalización, a la aceptación, al suicidio moral y social. Sin embargo, cuando se llega al proceso de cuestionar la existencia, con una enfermedad terminal o a la confrontación con la muerte y se revisa la hoja de vida, encontrando la desarmonía, la angustia y la agonía existencial debido a que no se izo lo correcto, no se asumió la dignidad, el proceso de asistencia psicoterapéutico implica el acompañamiento utilizando la dignidad como sanación.
El mundo actual implica una vida rápida, de estímulo externo y de consumo acelerado, donde las personas se angustian por obtener lo tangible: dinero, casa, vehículo, confort, calidad de vida, ahorro, etc. La presión es tan alta que las personas se han dejado conquistar por el estatus y el “éxito y la notoriedad”. El costo y las implicaciones son: El relativismo de los valores, la renuncia a la dignidad, la crisis de identidad y las conductas disociales.
He asistido y he acompañado a familias, parejas y personas en circunstancias desfavorables y en procesos muy duros y en perdidas existenciales que le han puesto de rodillas. La dignidad ayuda como una columna a resistir, superar, a mantener el honor, a poner distancia emocional positiva para cuidar la integridad, para no dañar y no dejarse dañar. Cada individuo tiene una historia personal y familiar que debe defender, y proteger. Solo las personas deciden cómo vivir y cómo terminar su historia. Repito, es mejor asumir la dignidad en la vida y en la muerte para poder ser referente para sí mismo y para los demás.