La dinámica del odio en la política

La dinámica del odio en la política

 En las dinámicas de grupos y familias van ha surgir las diferencias como expresión de aprender a vivir la integración en la diversidad, la tolerancia en las diferencias, y apostar al consenso y la comunicación asertiva ante el conflicto.

En todo proceso hay que aprender a perder, ceder, ganar, retirarse, hacer la tregua, volver a empezar etc. La diferencia la establecen las actitudes emocionales que adoptamos frente al conflicto. Si nuestro sistema de creencia nos llevan a través del pensamiento a reacciones emocionales negativas: ira, rabia, enojo, frustración, celos, envidia, odio o resentimiento, el duelo será más doloroso, más patológico, o nunca superable.

El odio se va construyendo, alguien lo acumula, y alguien le pone los mosaicos del resentimiento, que suelen ser experiencias vividas, de maltratos, justos e injustos, que se acompañan progresivamente de hostilidad hacia él o hacia los causantes de este daño. Es decir, el odio, es igual a estar dolido y no olvidar. El que odia guarda, almacena, silencia, esconde, acumula y tiende a sazonar la envidia, el resentimiento, que junto al odio, cocinan la traición, planifican la venganza y envenena el alma.

El que odia no entiende de felicidad, no resiste el bienestar del otro, ni el crecimiento de los demás. Sin embargo, si al odio y el resentimiento se le junta la envidia, entonces, la disfuncionabilidad es peor, debido a que secuestra las neuronas, bloquea los pensamientos, inflexibiliza las actitudes, empobrece la racionalidad, no ve las consecuencias, y hace la conducta riesgosa y destruye los factores protectores, la inteligencia de aprender a salir bien, cuando a otros les va mal.

Las personas que cuentan con inteligencia social y espiritual asumen la luz larga; dejan fluir las aguas, se limpian sus heridas, perdonan sus maltratos, pierden para ganar, ceden para avanzar, y adoptan actitudes emocionales positivas para trascender: alegría, amor, compasión, altruismo, solidaridad, perdón, reciprocidad y felicidad. 

El odio es más fuerte que el amor, no en la intensidad, sino en la capacidad del daño, de la destrucción y de la maledicencia.

Solamente los que aprenden a conciliar su pasado, asumir el presente de manera sana y responsable, son los que terminan construyendo el valor personal y cultural que se llama felicidad existencial.

Las personas que asumen el odio en los desacuerdos, en las crisis y las diferencias, su propio odio, le empalaga, le intoxica, le mata de forma silenciosa, aumentando el cortisol, la adrenalina, baja la defensa inmunológica, produciendo el infarto, derrame cerebral, o deglutiendo la miseria humana, el vacío existencial y la insatisfacción crónica.

Confieso, solamente las personas maduras, inteligentes y realizadas espiritualmente, conquistadas en su vocación existencial, están vacunadas contra la dinámica del odio.    

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