La dirección borrosa

La dirección borrosa

El alcalde del pueblo de Sincalzón tenía la carta encima de su escritorio desde hacía un mes. El cartero no había podido entregar el sobre porque la dirección y el nombre “estaban borrosos”. Parece que cuando abrieron las pacas, frente a la oficina postal del municipio, caía una fina llovizna que mojó la correspondencia. No era el primer caso; pero otros sobres llevaban indicado el remitente; en algunos podía leerse claramente el nombre del destinatario. Pero en este no podía leerse nada, salvo “República Dominicana”. Por los sellos se sabía que la carta venía de España. Era difícil resolver el caso.

El encargado de correos no quiso abrir el sobre para ver si tenía el nombre del destinatario en el encabezado de la carta. Su ayudante le había dicho que si venía de España podía contener un cheque en euros; que podrían acusarle de violar correspondencia privada y hasta de “robar envíos de divisas”. El ayudante era hombre con fama de chismoso, conocido en todo el pueblo. Por eso el encargado decidió recurrir al alcalde, un sujeto “bravo y malencarado”, con muy buenas relaciones “con el partido en el poder”. Sin embargo, el jefe del ayuntamiento dejó la carta sobre el escritorio durante cuatro semanas.

El alcalde tenía la esperanza de que los del correo robaran la carta; de este modo, él no correría el riesgo de abrirla y exponerse a críticas y acusaciones. Pero los del correo no robaron el sobre; en cambio, difundieron la noticia de que el problema de “la dirección borrosa” estaba en manos del alcalde. Ellos habían resuelto todos los problemas anteriores; el único que quedaba lo resolvería “el consejo edilicio”, según les había informado el propio alcalde. Se abriría la carta en presencia de ocho regidores.

El alcalde cortó el sobre con un cortaplumas de empuñadura roja; sacó la carta y la sacudió; no había otro papel, ni dinero. Empezó a leer en voz alta. “Apreciada amiga: no volveré nunca a ese pueblo miserable y raquítico donde todos se miran con odio, desconfianza o envidia. Aquí tengo trabajo y como bien todos los días; sé que estás preñada de un regidor. Espero que críes el muchacho. Sin rencor, Indalecio”.

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