La discriminación (aunque no se vea en las películas)

La discriminación (aunque  no se vea en las películas)

La discriminación funciona de la siguiente manera: el que discrimina siente que tiene la razón de su parte. Esto es así porque nadie puede percibirse a sí mismo de forma extraña, uno entiende que es -individual o grupalmente- la referencia de la normalidad.

El discriminador busca dar un sentido de superioridad a su “normalidad” que es la forma en la que legitima su actitud y que lo prepara para distintos niveles de acción, incluida la violencia. Así, cuando los católicos discriminan en territorio católico a no creyentes, evangélicos, judíos o musulmanes, sienten que tienen todo el derecho a hacerlo. En contraposición, cuando los musulmanes persiguen al infiel, por ser cristiano, en territorio musulmán, encuentra en el Corán la justificación -y en su entorno poblacional mayoritario- de su actitud, pues es su normalidad; para el discriminador no sólo es difícil aceptar al otro, también le resulta difícil, casi imposible, admitir su actitud discriminante… porque ante sus ojos, él es “normal”.

La Gallup-Hoy preguntó si los dominicanos entendemos que somos discriminadores en relación a algunos grupos predeterminados por la encuesta. En todos los grupos, incluidos niños y mujeres, ser discriminadores, muy discriminadores y algo discriminadores, sobrepasaron el 30%. En casi todos los casos, incluyendo niños, el “nada discriminatorio” es siempre menor al 40%. Estas cifras, para que no quepa duda, son significativas: el dominicano admite que discrimina en buen grado a determinados grupos.

Algunos pretenden, a pesar de la evidencia estadística, minimizar el significado de la encuesta. Hay quien entiende que “la discriminación es particularmente perniciosa cuando se trata de sectores sociales, o de grupos minoritarios. Pero si se discrimina a las mujeres, las esposas, a los hijos, a los ancianos, estamos ante un fenómeno de una naturaleza muy distinta al de la discriminación racial o de minorías tal como lo hemos visto, perplejos e indignados, en las películas acerca de ese fenómeno en otros países” (sic). Interpretando que en nuestro país la discriminación es “light” y no sistemática o violenta.

El grado de la discriminación no debería interpretarse desde el discriminador. La discriminación para entenderla no debe pensarse en tercera persona. Un martillazo, por empáticos que queramos ser, duele menos cuando lo vemos en el otro, y siempre es más grave cuando lo recibe nuestro dedo. Solamente en primera persona podemos determinar el grado de dolor. Es gracias a la razón y a un sentido ético que no necesitamos hacer la prueba con el martillo para entender el dolor. Otro tanto ocurre con la discriminación.

Si la discriminación la pensamos en primera persona podemos ver con más claridad que todas encierran algún grado de violencia y una gran injusticia. ¿Deberíamos profundizar en las encuestas? Sin dudas; pero tengamos claro algo: discriminamos. Debe ser política de Estado que esa acción, a la luz de nuestra Constitución, de nuestras leyes y de un sentido de humanidad, sea desalentada con educación, castigos, y políticas de discriminación positiva… sea cual sea el grupo de edad, sexo, nacionalidad o género que sea objeto de discriminación.

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