La distinción de un premio

La distinción de un premio

Para los miembros de la Fundación Corripio: su presidente, don José Luis Corripio Estrada, su esposa doña Ana María Alonso de Corripio, su familia toda, los asesores y la administradora de la entidad es un verdadero placer recibirles esta noche en la entrega del Premio Nacional de Literatura otorgado por la fundación, el más alto que se confiere en nuestro país a un hombre o mujer de letras, en la solemnidad de esta sala Carlos Piantini del Teatro Nacional Eduardo Brito, cuyos nombres evocan a dos recordadas figuras del firmamento musical dominicano de todos los tiempos.
Esta noche celebramos con mucha alegría la entrega del Premio Nacional de Literatura 2019 al escritor y académico Manuel Matos Moquete (1944), cuya semblanza escucharemos en unos instantes, quien en buena lid ha resultado ganador entre los candidatos propuestos por distintos jurados, debido a sus atributos en diversas áreas de la creación, la investigación y la crítica literaria, su envidiable formación y excelente dominio del idioma, y a quien la Fundación Corripio congratula por este merecido triunfo. ¡Enhorabuena!

La primera hornada del Premio Nacional de Literatura creado en los años noventa del siglo pasado estuvo integrada por un selecto grupo de magníficos escritores, en su mayoría poetas y narradores, algunos ensayistas. Si lo pensamos bien, entonces era relativamente fácil escoger, porque había un nutrido elenco de creadores de primer orden como Juan Bosch y Joaquín Balaguer (1990), Manuel del Cabral (1992), Pedro Mir (1993), Manuel Rueda (1994), Antonio Fernández Spencer (1995), Marcio Veloz Maggiolo (1996), Virgilio Díaz Grullón (1997), Lupo Hernández Rueda (1998) y Mariano Lebrón Saviñón (1999). Y si algunos importantes poetas no llegaron a recibirlo, como Freddy Gatón Arce o Aída Cartagena Portalatín, entre otros, se debió a que el destino les jugó una mala pasada y partieron a destiempo.

Al iniciarse el siglo actual, el galardón comenzó a llegar a los miembros de lo que puede denominarse «generación de relevo», y se incluyó la crítica literaria como categoría a tomar en cuenta para futuras elecciones. Asimismo, lo obtuvieron las primeras escritoras: Hilma Contreras (2002), María Ugarte (2006), Jeannette Miller (2011) y Ángela Hernández (2016).
Desde hace algunos años, la tarea de escoger al ganador se ha tornado para el jurado en un proceso más arduo y complejo, a causa de la multiplicidad de voces simultáneas y, sobre todo, a la convicción de cada cual de que merece el premio antes que otros. Pero es verdad de Perogrullo que, si «ser objetivo» resulta difícil, «ser justo» parece, por su propia naturaleza, un acto casi inalcanzable. Lo saben bien los miembros del jurado, constituido por los honorables rectores de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, Pontificia Universidad Católica Madre y Maesra, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, Universidad Central del Este, Universidad Católica Santo Domingo e Instituto Tecnológico de Santo Domingo, el director de la Academia Dominicana de la Lengua, el ministro de Cultura y el representante de la Fundación Corripio, quienes cada año, conscientes de la delicada misión a su cargo, intentan cumplir con su responsabilidad ética del modo más idóneo para mantener la dignidad del premio y el nivel que todos esperamos del mismo. Por esa invaluable labor les estamos muy agradecidos.

Como se ha repetido tantas veces, hay magníficos escritores en todo el mundo que nunca recibieron en vida un premio relevante, y otros que, habiéndolo obtenido, incluso el Nobel de Literatura, hoy permanecen en el más absoluto anonimato y nadie los lee. Por eso me permito traer a colación las palabras de Jan Swaford en su monumental biografía del genio de Bonn:

«Beethoven escribe que la propia creación nunca puede estar a la altura de la visión que uno tiene de lo que podría llegar a alcanzar. El arte carece de límites, el premio nunca se gana, lo que uno pretende conseguir está siempre más allá del horizonte. Se trata de una triste evidencia a la que llegan, antes o después, la mayoría de los artistas».

Y es que a menudo se olvida que lo decisivo –en nuestro caso un escritor–, no es ganar un premio, ni el prestigio o el dinero que reporta al agraciado, sino «conquistar lectores», que es el más alto sueño de todo autor, y que su obra permanezca viva en el corazón y las preferencias del público. Sin aferrarnos a un vano anhelo de eternidad por demás inexistente, la aspiración de todo escritor, hombre o mujer, debe ser que el tiempo no desvanezca su legado literario, reduciéndolo a polvo, convirtiéndolo en un montón de páginas intrascendentes y aburridas. Muchas gracias.

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