La doble moral de abogado penalista

La doble moral de abogado penalista

Hace poco un amigo me preguntaba ante la ola incontenible de violencia y de crímenes escandalosos que sacude a nuestra sociedad, si yo no creía que el abogado era el más descarado entre todos los investidos de una profesión liberal. Sabía por dónde venía y hube de aclararle que el ambiente, el escenario donde el abogado ejerce su profesión es muy diferente al de todos los demás, particularmente si se refería al abogado penalista que presta sus servicios profesionales al que lo requiere para sostener la defensa del inculpado y se cree estar obligado hacerlo sin detenerse en evaluar o analizar lo escandaloso o repulsivo del hecho incriminado que los medios de prensa destacan como primicia en primera página y la “vox populi” condena por lo perturbador y tortuoso, más si se vincula al gobierno, funcionarios o dirigentes políticos, lo que hace pensar que los abogados “defienden hasta lo indefendible” carecen de sensibilidad social y tienen una doble moral que los libera de escrúpulos, “de cargos de conciencia” (Jacques Isorni) porque su principal obligación es “defender a su cliente”, no importando los medios, aun sabiéndolo culpable.
El abogado no se engaña. Tampoco el cliente. Ambos conocen el tablero y las reglas del juego. Ningún código le obliga al primero a aceptar una defensa en la que no cree y que le pudiera acarrear en el mañana serias perturbaciones y consecuencias. Pero no menos cierto es que su argumento parece irrebatible: “Toda persona se presume inocente hasta prueba en contrario.” si no soy yo será otro (se escuda). Acepta el reto y pone toda su pasión, su fama y talento y aun sus malas artes hasta conseguir su objetivo: la reducción de la pena recurriendo a las muchas “circunstancias atenuantes”; la libertad condicional o domiciliaria, que libera de la prisión merecida; o un “No ha lugar” por falta o insuficiencia de prueba de un expediente acusatorio mal instrumentado que permite al inculpado marcharse sonriente y burlón, sin cargo de conciencia igual que su ilustre abogado, no siendo ellos los que, finalmente, tomaron la dichosa decisión.
Tratándose de “caso declarado complejo” y de” pejes gordos” siempre hay una paga generosa, espléndida, que le permite vivir bien, holgadamente, con su doble moral a cuesta, capaces de torcer los hechos, sustraer pruebas, ocultar verdades, confundir con su sagacidad Juez y al Ministerio Público, hasta hacerlos sus aliados, cuando se carece de un sistema judicial idóneo, independiente, eficaz, de suficientes jueces probos y confiables que sin temor anteponen su pasión y amor por la justicia, honrando “El alma de la toga”, desde la óptica de una moral y una ética más pura, más digna: “El Juez Disidente” (Henry Denker) insobornable, provocador, atrevido.
Bien diferente es el rol del abogado penalista que actúa por un ideal de justicia. Aquel que lo arriesga todo, menos su honra. Su ética personal. Que defiende la verdad y la inocencia del desvalido, desafiando el poder prepotente que atropella y reniega de ella.

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