La doble moral gringa sobre Haití

La doble moral gringa sobre Haití

Los Estados Unidos mantiene con respecto a los dos estados que comparten la isla de Santo Domingo una política ambivalente que no ayuda mucho a ninguna de las tres partes. Mientras los dominicanos hemos logrado construir un país donde hay una tradición democrática de casi medio siglo, con crecimiento económico sostenido bajo gobiernos de tres distintos partidos, con un sector privado pujante, una clase media creciente e instituciones que pudieran ser mejores pero comoquiera existen, Haití se disuelve corroída por la propia ineficiencia de los haitianos.

Todos los sambenitos que Washington endilga a los dominicanos, desde nuestra notoria corrupción, que incluye cohechos y malversaciones, hasta el tráfico humano de indocumentados, pasando por el auge del narcotráfico y la incompetencia de la mayoría de los políticos, quedan reducidos a minucias cuando se les compara con lo que ocurre en Haití.

Allá se imposibilita desembolsar las ayudas filantrópicas de naciones o instituciones porque no hay suficientes entidades para administrarlas, y las que hay –gubernamentales o privadas- no son del todo de fiar. Si aquí hay tráfico humano, sin dudas se origina allá en el caso de la inmigración ilegal. Si aquí hay narcotráfico, gran parte está ligado al descontrol del territorio haitiano, donde hay regiones enteras sin autoridad de ningún tipo. Si aquí nos quejamos por cuán malos son nuestros políticos y partidos, sólo hay que compararlos con los haitianos para sentirnos menos mal.

Nada malo que tengamos es mejor allá.  Sin embargo hay una condescendencia humillante de parte de Washington hacia Haití. Al felicitar a los haitianos por el día de su independencia, cuyo aniversario 207 se cumplió el primero de enero, Hillary Clinton invoca la fortaleza del liderazgo de Toussaint L’Ouverture y Dessalines, como si más recientemente no hubiera ninguna otra heroicidad digna de recordar que no sea cómo han sobrevivido al terremoto y el cólera. Toussaint y Dessalines, de haber tenido que bregar con Hillary, seguramente le habrían hecho lo mismo que hicieron con todos los blancos de Haití, pasarla por el machete. Para salvar a Haití la comunidad internacional debe cesar en su empeño de tratar con ese territorio como si fuese un estado. Especialmente los Estados Unidos, así como Francia, Canadá y otros países, necesitan reconocer que eso colapsó. Meterle sueros a un cadáver no lo revive. Haití necesita ser reinventado para salvarlo de sí mismo.

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