El negarse a reconocer la gran obra social y humana que realiza desde hace muchos años la Dra. Margarita Cedeño de Fernández, es una mezquindad. Esa defectuosa acción humana de algunos pocos se define de muchas maneras, que van desde: ser un ruin, un falto de nobleza, hasta ser miserable, cicatero, minúsculo, desdichado, resentido, etc. En fin que son tantos los epítetos para precisar la mezquindad, que la resumiremos en definirla como: la falta de sentimientos nobles.
En verdad que el hacer vida política implica el tener que vacunarse contra ese “virus” de la mezquinad, pues cuando usted ha tenido una obra de vida procurando el bien de muchos, cuando usted ha combatido la indigencia y ha sido faro de luz y esperanza para miles y miles de familias a las que usted ha ayudado a ser mejores ciudadanos, el comprometerse con ayudar a formar seres humanos superiores, mejorando la pobreza generacional, consecuencia de su gran solidaridad humana, tener usted que oír a esos fanáticos desaprensivos denostar su obra, en verdad que por más que usted no quiera, el corazón debe “oprimírsele”.
Es sabido que en política la consecución final es la conquista del poder. Pero no creo que sea denostando las buenas obras hechas que se sumen adeptos a cualquier causa. Máxime, para los muchos que como yo, observamos el accionar de los actores de nuestra política desde un balcón sin retumbos partidaristas.
Negar que anteriormente desde el Despacho de la Primera Dama y hoy como rectora del Gabinete Social, donde solo mencionaré algunos de los numerosos programas sociales que se ejecutan: Prosoli, CTC, Siuben y Adess, puedan ser desmeritadas sus realizaciones, por esas pervertidas críticas arteras, todas con un doble propósito, es una mezquindad. Acepto que la política vernácula es una especie de guerra, donde se deben poner en jaque todas las acciones buenas del adversario. Cayendo la más de las veces en un penoso desatino de carácter radical. Esos personajes, por devoción a su ceguera política, se ven obligados a poner en tela de juicio todo lo que el otro ha hecho bien.
Para ejemplo, un botón, lo del Robert Reid, negar o menospreciar sus grandes aportes a esa institución y querer hacerla a ella partícipe de un mal de siglos, -el difícil y complejo cuidado de la salud-, que aún no han resuelto totalmente los países ricos, es una verdadera mezquindad.
En mi condición de médico neurólogo, siempre conecto todas las conductas humanas a mi especialidad. Reflexioné sobre qué parte del cerebro usa el mezquino para sus cuestionables acciones. Recordé trabajos del neurocientista alemán Gerhard Roth, que estudió el pasado año por encargo del Gobierno alemán, los cerebros de una serie de criminales con la Resonancia Magnética, determinando que las áreas de la compasión y la tristeza no se les alteraba a estos personajes, siendo el área de la parte anterior y basal del lóbulo frontal, la que sí se les estimulaba notoriamente con videos de violencia y criminalidad.
Afirmaba él que esta es el área del cerebro donde se esconde el mal. Claro que esto necesita un mayor cedazo científico. Creo que esta deber ser el área cerebral que se les estimula a los mezquinos, cuando realizan su dañina obra, de esas tantas formas de ser miserables.
Esa similitud cerebral entre asesinos, criminales, violadores y ladrones muy bien se asemejan al daño que hacen los detractores de dignidades y los infamadores de las palpables obras de bien.
Billy Graham dijo una vez: “Las lágrimas que se derraman por uno mismo son lágrimas de debilidad, pero las lágrimas que se derraman por el amor que se tiene por los demás son una señal de fortaleza. No soy tan sensible como debiera ser, hasta poder llorar por el errante y levantar al caído. No puedo conocer la verdadera felicidad, hasta que haya aprendido el valor de compartir con los demás con compasión su tristeza, su sufrimiento o su desgracia. Lo opuesto al amor no es el odio, son el egoísmo y la mezquindad”.