La  doctrina del terror

La  doctrina del terror

Para los que no tienen nada existe muy poca ideología en un vaso de leche. Creo que a pesar de todo estamos aún a tiempo de construir una utopía que nos permita la cooperación por el desarrollo.

En política siempre es necesario pasar a la acción, concretar la voluntad de actuar, hacer efectivo el mandato imperativo de la sociedad en su afán de transformación de las estructuras, en su inclinación por el cambio, en su apuesta por el progreso, en su esperanza en el futuro y en la certeza de que otro mundo es posible.

La ideología nos ayuda a interpretar la realidad desde un análisis dialéctico, pero el mundo de las ideas nos aleja del pragmatismo que debe asumir quien gestiona lo público y nos arroja a las arenas movedizas de la contradicción. La distancia entre lo doctrinario y la oportunidad es la misma que media entre el discurso y los hechos, sus consecuencias, un abismo en ocasiones insalvable. Es preciso elegir para tomar partido, asumir en conciencia que hay que mancharse las manos antes que permanecer impasibles ante la injusticia, la desigualdad, el dolor y la muerte. La libertad es el bien más preciado, pero son las ideas las que sostienen al hombre libre, las que generan confianza y credibilidad.

 Cuando Daniel Bell estableció el fin de las ideologías en la década de los sesenta no hacía sino anticiparse al triunfo del modelo neoliberal y de un sistema en el que por encima de cualquier otra consideración importaban los resultados y, sobre todo, los resultados económicos expresados en términos de pérdida y beneficio. El “los dictadores privados” no hizo sino aupar la ambición desmedida por encima de los principios éticos.

 Francis Fukuyama habló entonces del fin de la historia, el fallo sistémico y la vuelta de la política como soporte de la gestión pública. No sospechamos de las verdaderas intenciones de quien disfrazaba el poder no de posibilidades y utopías sino de sustantividades adaptadas a una realidad construida a la medida de la corrupción. Caímos en la trampa y sustituimos la política basada en las ideas por la de la gestión y los resultados. Llegamos a creer incluso que nuestros viejos sueños revolucionarios eran perversos e irrealizables porque los que nos empujaban a vivir por encima de nuestras posibilidades identificaban ideas e ideologías con autoritarismo; la dictadura del pensamiento único o incluso “La dictadura de la democracia.”

 Cuanto más reducían el espacio de lo público más nos mostraban el rostro feroz del poder absoluto. En realidad, no hemos aprendido nada de la crisis económica y menos aun de la crisis de valores.

El horror de Haití, en medio del caos y la devastación, ha dejado al aire las vergüenzas de una globalización que sólo entiende de mercado y dinero, de oferta y demanda y lo que es peor de corrupción. Importa a cualquier precio espurio el negocio de la reconstrucción y, en consecuencia, molestan las ideologías.

Las urgencias de la vida que se abre camino en medio de la desolación, la dignidad de un pueblo que lucha por sobrevivir entre tanta miseria y necesidad es a la postre una cuestión secundaria, objeto de la caridad y la compasión de los poderosos. ¿Qué importa el color del dinero cuando sacia el hambre y sana las heridas? Pues importa, y mucho. De ahí el despliegue de una fuerza que reprime y coacciona para poner orden en la miseria. Si la mitad de las víctimas son niños y niñas carne inocente para los explotadores de sexo y traficantes de órganos. Habrá que poner en marcha una campaña de imagen a través de las adopciones y el trafico de menores porque, en realidad, lo fundamental  para los “perversos” son las comisiones especulativas de los despachos de influencia de occidente, los  contratos y los contratistas, no la conciencia.

Pura hipocresía. La botella de agua o la ración de arroz no entienden de política. La solidaridad no es de derechas ni de izquierdas. Para los que no tienen nada, ni siquiera esperanza, existe muy poca ideología en un vaso de leche, si acaso la ideología del espanto. Creo firmemente que a pesar de todo estamos aún a tiempo de construir una utopía que nos permita la cooperación por el desarrollo y quizás un día compartir la tierra.

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