La dominicanidad se hizo sola

La dominicanidad se hizo sola

JOSÉ B. GAUTIER
¿Conocerán los ministros católicos de hoy, esos obispos, sacerdotes y curas llegados del Vaticano, de Italia, de Cuba, de Bélgica, de Inglaterra, de España con raíces culturales y de nacionalidades diferentes (muchos de esos países todavía regidos por monarquías y gobernantes absolutos, papas y dictadores terrenales y figuras celestiales de un solo Dios universal con dogmas de fe irrefutables), esos eclesiásticos extranjeros que vienen a dar lecciones en este país sobre solidaridad humana “en un mundo multicultural, sin discriminación, celebremos la diversidad” -conocerán, repito-, el drama histórico y social que constituye la formación del pueblo dominicano?  Claro que no. Ni les importa.

¿Sabrán los letrados de Dios cómo y  por qué la República Dominicana es una nación libre e independiente? ¿Sabrán cómo los dominicanos adquirimos nuestra libertad y hoy ejercemos una democracia representativa dentro de un Estado de derecho? ¡El hecho de que no fuimos como nación,- españoles, ni franceses, ni ingleses ni apoyamos la independencia política de los negros esclavos en Haití cuando pasaron por cuchillo a todos los amos explotadores y a los santos sacerdotes de raza blanca! 

Quisimos los habitantes del lado Este de la isla ser dominicanos y eso es lo que somos, sin prejuicios raciales entre blancos, mulatos y negros, pero todos dominicanos y eso es lo que  defendemos. Haití, con sobrada razón histórica, se proclamó como República Negra ante las grandes potencias esclavistas de Europa encabezadas por Napoleón Bonaparte, en los estertores de la esclavitud. Todavía ese pequeño país de gente de raza negra sufre las consecuencias de su desafío a las naciones explotadoras de raza blanca, imperdonable atrevimiento anticolonialista y anticlerical.

La  esclavitud del hombre y la Encomienda indígena, la compra y venta de seres humanos obligados a trabajar a la fuerza y a la obediencia del látigo y las cadenas, quitó el sentido de vida a millones de seres humanos sometidos por más de trescientos años a increíbles crueldades a nombre de la espada y de la cruz en la isla de Santo Domingo en ese tenebroso período llamado de la colonización, donde fueron sacrificados, asesinados, ahorcados, torturados estos seres humanos, mientras los imperios de España y Francia en juegos de guerra, ganaban o perdían, se cambiaban o cedían, colonias como fichas de ajedrez (tratados de Rynswik, Aranjuez y Basilea) y la Iglesia Católica, indiferente, propagaba su evangelización en muchos casos utilizando las Misiones de los Padres Jesuitas para destruir la milenaria civilización encontrada en la isla.

La Iglesia Católica ha sido extraña a ese drama. Esos sacerdotes y curas, en su mayoría extranjeros, que hoy detractan a la superada sociedad dominicana, queriéndole imponer reglas migratorias pro haitianas encontraron, sin la intervención divina, ni de sotanas, toda una nación hecha, construida con muchos sacrificios de vidas y de pobreza.

En el largo proceso de formación de la nacionalidad dominicana nunca tuvimos la solidaridad de la Iglesia Católica. La dominicanidad y la haitianidad “no surgieron de un mismo tallo”, según afirma el maestro Peña Batlle.

Aquí no hay eslabón perdido en el árbol de la evolución política de ambas naciones. El milagro haitiano es único, pero diferente al dominicano.

A pesar de la Encomienda y la esclavitud y del asombroso descubrimiento eclesiástico de la existencia del alma en el cuerpo de los indígenas y los negros (no eran animales), la cristiandad fue un duro castigo para mantener a la población subyugada en las tinieblas y la ignorancia. La Iglesia Católica ha sido una retranca a la libertad y a la democracia del pueblo dominicano. ¡Qué falta ha hecho a este país la educación laica de un Eugenio María de Hostos, para el desarrollo integral del pueblo dominicano en lo económico, político,  social y hasta religioso!.

Este pueblo ha sufrido solo las agresiones externas. Ahora vemos lo mismo que ayer  cómo la Iglesia Católica pretende el cercenamiento de nuestras posibilidades como país soberano y como nación próspera y civilizada, libre e independiente.

Mucha sangre, sudor y lágrimas ha costado lo que es hoy la República Dominicana, para compartirla con los que no han hecho los mismos sacrificios.

La Iglesia Católica pretende arrinconar a la sociedad dominicana y a su gobierno en materia migratoria, creando falsas acusaciones y denuncias a nivel internacional. Ponernos entre la espada y la pared. Ese es un juego muy peligroso.

Vamos a defendernos y a luchar con cualquier fuerza y de cualquier forma contra el que pretenda destruir la nacionalidad dominicana.

Vamos a iniciar una campaña en contra de los privilegios de que goza la Iglesia Católica en el país,- promover su eliminación,- solicitando a los señores senadores y diputados que forman el Congreso Nacional y al señor Presidente de la República, para que denuncien el Concordato entre el Estado Dominicano y la Iglesia Católica.

Lo mismo para que lleven la agresión,- tipo Kosovo en Yugoslavia,- de que somos objeto por esos religiosos con el respaldo de la Unión Europea por ante los foros internacionales, antes de que nos instrumenten un expediente falso acusándonos de terroristas internacionales, violadores de los derechos humanos, por no aceptar a los ilegales haitianos en nuestro territorio y  comiencen a llegar los misiles norteamericanos a masacrarnos. ¡No se rían! ¡Esto va en serio!.

La dominicanidad se hizo sola, luchando contra toda adversidad. También los dominicanos somos un milagro de Dios con Patria y Libertad.

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