La doña y sus gatos

La doña y sus gatos

Julio Ravelo Astacio

Por Julio Ravelo Astacio

Era una doña con formación universitaria, docente por más de veinte años, de buena
imagen, de conversación agradable, amiga de los libros, amante de sus hijos. Hace poco había cumplido sus 60 años, pero su aspecto y agilidad le permitirían decir que aún no se aproximaba al medio siglo.

Residía en una ciudad del interior con una vida metódica, ordenada, tranquila, sin sobresaltos. Sus hijos le visitaban por lo menos una vez al mes. Eran encuentros agradables, compartían el almuerzo, hacían chistes, comentaban uno que otro incidente en el vecindario o de lo ocurrido en la vida política nacional. Ella tenía sus preferencias, que no siempre coincidía con sus hijos en ese tipo de valoración, pero nada, un cafecito, una cerveza ponían fin a cualquier diferendo, y ya antes de marcharse estaban añorando el próximo encuentro.

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Así transcurrieron meses y años, casi como si estuviera todo escrito. El guion trazado por la doña se cumplía al pie de la letra. Todo parecía indicar que sus encuentros, comentarios, risas por nada serían alterados. Pero, llegó el día. Dos meses habían pasado sin que los chicos visitaran a la doña, por esas circunstancias que condicionan nuestra existencia.

En el nuevo encuentro todo parecía seguir la línea trazada y a la que nadie osaba cambiar, ya que la matriarca era de armas tomar. Su liderazgo no podía ser cuestionado y mucho menos por uno de esos muchachos que parió y crió con esmero y mucho esfuerzo. Bueno, vale destacar que la Doña hacía varios años había quedado viuda, esa pérdida la volvió un poco más exigente, se le agrió un tanto el carácter, pero, los hijos trataban de obviar esos cambios.

Pero en esta visita las cosas no parecían ir al ritmo acostumbrado, impresionados estaban por lo que veían en su casa materna, una cantidad de gatos caminaban por el comedor, sala, cocina y hasta la habitación de la Doña. La queja no se hizo esperar.

Todos le increparon por aquel espectáculo, pero, además, ella admitió que dormía con una docena de ellos. El más meticuloso de los hijos en un esfuerzo que le obligó a comenzar de nuevo varias veces, hizo el conteo de los mininos llegando al número 43. Todos estaban molestos, incrédulos.

La doña era experta preparando unos sancochos que transportaban al otro mundo a todo el que lo probaba, pero resulta que los gatos habían invadido la cocina.

Preocupada por la higiene y por lo que pudieran pensar sus hijos, preparó allí una esquinita con arena para que ellos realizaran sus necesidades. El mal olor se respiraba por toda la casa: orina, heces, montañas de pelos sueltos por doquier.

La alegría del compartir se había esfumado, los encuentros perdieron su encanto. Las cosas lograron ribetes de crisis cuando uno de los hijos encontró varios pelos en el sabroso sancocho de la doña, decidieron a unanimidad que no comerían de esa especie de sancocho adornado con pelos de gatos, así se rompió la paz. Ellos optaron por pedir comida rápida, acción que llevó a la doña al paroxismo, entendía era el peor agravio recibido en su vida y, vaya, el mismo se lo habían provocado sus queridos hijos.

Se reunen los hijos, deciden que hay un trastorno mental, procuran la cita y ese lunes le traen. Una detallada y prolongada consulta nos lleva a medicar a la doña. Al inicio se resiste, pero, con la paciencia y respeto que debemos a nuestros pacientes, permitió tomar la medicación y seguir las orientaciones acordadas.

Transcurridos unos meses la doña superó la situación, de nuevo volvieron a degustar su sancocho. Al final los hijos estuvieron de acuerdo en que conservara uno de sus gatitos.

Sugerencias:

  • Estar atentos a cambios en usted mismo(a), familiares y amigos.
  • Toda variación significativa del accionar diario de una persona nos obliga a darle seguimiento, sin llegar a alarmas innecesarias.
  • Acercamiento, actitud comprensiva, deseos demostrativos de querer ayudar.
  • Las fallas en el motor de su vehículo, le obligan a pensar en el mecánico. Todo cambio duradero, trastornos en el comportamiento y la forma de expresarse nos deben hacer pensar en el profesional de la salud mental que debemos consultar.

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