La Dra. Margarita Cedeño y Eduardo Punset

La Dra. Margarita Cedeño y  Eduardo Punset

Deseo agradecer públicamente la gentileza de la Dra. Margarita Cedeño de Fernández de invitarme a un almuerzo en su despacho con el prominente científico catalán Don Eduardo Punset. Debo reconocer que fue un gratificante encuentro, con retributivos estímulos intelectuales. El “dilectar” junto a buenos amigos muy inteligentes y con exquisita gastronomía convirtió el encuentro en algo realmente excelso.

El placer del humano, en particular del pensante, no es el del animal. No es reflejo, no es inmediato y sin futuro. Al principio, con su cerebro, con su corteza sobre todo, el hombre perennemente imagina, sueña, analiza. Recuerda. Cada uno, en esa medida, vive así el mismo placer de mil maneras diferentes, distintas a las de otros. Para mí la comida, en tanto que acto fisiológico, es un proceso socializado de comunicación.

Este ilustre pensador, con la humildad de los hombres sabios, nos permitió entablar un diálogo ameno y placentero, donde el tiempo pasó de un tirón. En la oportunidad le expresé mi admiración, en el sentido de ser un militante de la divulgación científica y en particular de las neurociencias.

En eso tenemos don Eduardo y yo la primera coincidencia: practicamos la difusión del conocimiento. En mi caso en particular, es por doble herencia, vía paterna y materna, es decir que lo mío es “compulsión” genética. Hablamos de la plasticidad neuronal, que es la capacidad que tiene el cerebro de recomponerse, de crear nuevas conexiones sinápticas ante los estímulos externos e internos, lo que da razón de origen a las complejas funciones de la cognición y la memoria. Tocamos el tema de los taxistas de Londres y las investigaciones de Eleanor Maquire, quien pudo demostrar con resonancia Magnética que el hipocampo cerebral se les hipertrofiaba a dichos choferes.

La razón es que tienen que pasar el difícil examen de saberse todas las calles, lo que les hipertrofiaba las células cerebrales que tienen que ver con la memoria y la navegación espacial, que residen en ese hipocampo. Eso confirma que el cerebro humano es maleable y que son vitales los estímulos que dan la educación y el conocimiento para que ese cerebro, como un buen “músculo”, se haga más adaptable. Enfatizó que el conocimiento fundamentado en la educación es la mejor vía de hacer crecer al órgano rector.

Le comenté al gran científico otras dos coincidencias entre nosotros: ambos vivimos varios años en Londres y tenemos hijas llamadas Carolina.

Luego asistí a su conferencia magistral, durante la cual señaló que la vicepresidente Margarita Cedeño de Fernández ha iniciado en el país una revolución científica en materia educativa al abrir a las clases más necesitadas del país el aprendizaje de las nuevas tecnologías desde los Centros Tecnológicos Comunitarios (CTC). Consideró que se le estaba dando cobijo a lo que él llamó una “revolución científica”. Le dijo: “Habéis conseguido juntar lo que era la necesidad de cubrir una forma de nuestra tesitura, de nuestra organización, que es la pobreza, y generar el conocimiento a través de la tecnología, por lo que consideramos que usted se ha adelantado en la forma de difundir la nueva cultura del aprendizaje”.

Doy fe pública del empeño de la doctora Cedeño en impulsar esa revolución, pues he sido asesor en sus proyectos de estimulación neuronal, inteligencia artificial, etc. Esto es, un verdadero “viaje al optimismo”; negarlo sería una mezquindad.

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