La duda dilema de un apasionante drama escénico

La duda dilema de un apasionante drama escénico

A manera de introito las notas del Ave María de Guonod saturan la atmósfera de la Sala Ravelo y nos  introducen en el ambiente de la cristiandad católica, espacio perfectamente logrado  por la  escenógrafa, Giamilka Román.  

Patrick Shanley autor contemporáneo norteamericano, desarrolla  su obra “La duda”,  en un colegio dirigido por una  Superiora inflexible, -la protagonista-  y un cura, -antagonista- causa y efecto de las incertidumbres y las dudas en las que se debaten los personajes, luego de la acusación a que  este es sometido por parte de la Madre Superiora.

La pincelada social  esta presente en la obra de Shanley,  al ubicar el colegio  en el condado del Bronx, en los  convulsionados años 60, siendo el racismo  parte de esa realidad,  como lo muestra el hecho  de que  por primera vez se acepte en ese colegio un niño afroamericano. Los personajes creados por Shanley están perfectamente estructurados, pero lo trascendental  de la obra, no radica  en la razón, sino en  la duda que se apodera justamente de aquellos que profesando la fe acusan, siendo  el tema recurrente  de  la pedofilia,  el detonante.

Los actores.   El personaje protagónico, la Madre Luisa -Lidia Ariza- aferrada a tradiciones seculares, dirige el colegio con mano férrea, imponiendo una disciplina a ultranza. En contraposición, el Padre Angel, -Exmín Carvajal- es un carismático sacerdote, que pretende ser la nueva cara de la iglesia. Su sermón con el que inicia la obra, lleva implícito la crítica a la perversidad del rumor que daña, que corroe; la metáfora de las plumas al viento difíciles de recoger,  se convierte en parte de su retórica  justificadora.

 La Hermana Julia –Patricia Muñoz- de inocente apariencia, comunica  a la Madre directora su sospecha sobre el “trato especial” que aparentemente da el Padre Angel al niño Jean Claude; la “denuncia” sin mediar la menor reflexión, desata la persecución sobre el padre Angel, que una y otra vez niega tales insinuaciones. Un cuarto personaje, la madre del niño –Aidita Selman- paradójicamente, es el único personaje que tiene una “certeza”, las “inclinaciones de su hijo” de apenas  12 años. Al parecer, la relación del niño con el cura poco le importa, lo esencial para ella es  que llegue a junio y se gradúe, asumiendo así, una especie de “laisser faire” y laisser passe”, -dejar hacer, dejar pasar- pero posiblemente esto es solo apariencia,  este  personaje es  el más controversial.

  Shanley mantiene el aire dramático de principio a fin, pero es  en la ambigüedad  del drama donde radica  la verdadera sustancia de la obra. La puesta en escena dominicana, uno de los grandes logros direccionales de Germana Quintana, es de una calidad incuestionable; los pequeños cambios no alteran el contenido,  la discriminación,  la xenofobia y la pedofilia, reconocida por la propia iglesia, son verdaderos estigmas de la sociedad de hoy.

 Nada tendría sentido en el teatro sin la participación de los actores. Lidia Ariza asume su rol con verdadero acierto, hay en ella  profunda introspección, una transposición personal de la obra y el personaje.

Con rostro adusto, inquebrantable, cual torquemada inquisidora, se crece y se cree poseedora de la verdad, luego, tras la mentira confesa,  la duda le asalta,  hay un perceptible  cambio en la actitud, que rompe un poco la rigidez de la actuación,  creando cierto dinamismo, que lleva a un pequeño climax.  Lidia Ariza enfrenta su mayor reto actoral con óptimos resultados. 

 Exmin Carvajal, logra en una magnífica actuación  dual, convencer o no de su inocencia, cada cual sacará sus propias conclusiones, aunque nunca exenta de la duda racional. Patricia Muñoz encarna a la perfección a la Hermana Julia, se debate como todos en creer o no, pero además hay en ella un recóndito sentimiento de culpa. Aidita Selman rompe el esquema sobrio y logra proyectar el controversial personaje.

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