Abstenerse de votar puede conectar con situaciones de los individuos ajenas al respeto e interés que conciten la democracia y las elecciones y el no hacerlo es, en lo fundamental, un ejercicio de libertad garantizado por el sistema democrático. Por ello emerge vigoroso y con mucho sentido el rechazo reciente a la pretensión de obligar por ley a los ciudadanos a sufragar. El «nunca jamás» parece un grito de guerra dado por sectores. Una obligación que evoca las puntas de las bayonetas aunque ahora se les use poco porque en la era moderna puede ser sustituidas con métodos de mayor y silenciosa eficacia para los mismos fines.
En definitiva, la supuesta abstención (37.93% tal vez) también expresaría rechazo a actitudes y pobreza de propuestas de cultores de la política que los desdibujan ante los ojos de los potenciales electores. Incurrir en abstención, que responde a causas disímiles, resulta a la larga una elocuente reacción cívica que viene teniendo como consecuencia inmediata preocupar demasiado a la sociedad; a suponer la posibilidad de un naufragio de las libertades que conmina a salvarlas curándose en salud. Y ahora, los hechos tienden a demandar la renovación de los cuadros superiores.
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Es exagerado seguir midiendo la aceptación, por poquita que parezca, de los usos democráticos incluyendo en la base de datos a 800 mil inscritos en el exterior de los que solo sufragó el 10%. No se puede llegar al extremo de suponer que los dominicanos de ultramar se abstienen de acudir a urnas trasplantadas a sus remotos lugares por decepciones generalizadas con la democracia y los políticos, aunque haya algo de eso también.
Se trata de ciudadanos que estiman y valoran a su país y se esfuerzan por participar en las grandes decisiones nacionales pero instalados indefectiblemente en contextos distantes de esta realidad, causante muchas veces de que hoy sean exiliados económicos.
Encomian la vida de sus compatriotas in situ con flujos de remesas que de no llegar, harían estragos en el equilibrio financiero nacional; atentos en la medida que lo permitan sus luchas por la subsistencia a los asuntos de su patria pero sometidos a prioridades que los desvinculan en importante proporción al ritmo de los acontecimientos de su origen territorial y los atan a geografías que les colocan exigencias adicionales.
En alguna medida, el contexto los margina del mercado electoral local y por ello la institucionalidad los excluyó formalmente de las votaciones municipales de febrero. ¿Cómo es que ahora, después de la primera fase comicial, se les pretende contabilizar como inseparables del padrón para medir la abstención? Esa a la que se ha recurrido para dar controversiales explicaciones a derrotas contundentes y a tratar perturbadoramente de que los conciudadanos abominen de los resultados de votaciones.
Son genuinamente dominicanos pero ciudadanos atrapados en sistemas económicos que los hacen depender material y funcionalmente de los países que los acogieron. Demasiado colocados en otros mundos con todo y su sentido de la dominicanidad. No es realista exigirles que actúen permanentemente como parte de esta colectividad sumándose a los mandatos esenciales de la democracia de los que seguimos aquí aplatanados.
Ellos son unos inscritos en el Registro mediatizados por la urgencia de emigrar a latitudes en las que el que no trabaja un día, no cobra ese día. Ponen atención a los temas locales pero los de allá gravitan más para sus urgencias y metas prioritarias. Debe respetarse y disculparse el que, de todos modos, su identificación con la patria sigue vigente. Subordinados a la obligación de ser productivos a lo máximo; y es lógico que en su discurrir influya mucho ser progenitores de descendencias nacidas y criadas en un contexto foráneo a la que además, meritoriamente, transmiten los valores de esta nación, al punto de que muchos hijos y nietos tienen cobrada la apariencia de haber nacido en esta tierra sin haber venido a la vida en partos locales.
PARTE DE LA VERDAD
Al analizar los resultados electorales y la, en principio, elevada abstención cifrada en alrededor del 45.6%, el economista y representante local de la certera firma encuestadora Mark Penn Stagwell, Bernardo Vega, puso de relieve en uno de sus artículos semanales para este periódico que: «cuando restamos el alto 81% de abstención en el voto de ultramar, resulta que la abstención dentro del país baja a 41.4%». Recordó que bajo condiciones normales (y estas no lo eran por diversos motivos) la abstención ha rondado el 30%. una y otra vez.
Además de la limitada votación fuera del país por razones que este texto trata de explicar, Vega abunda como factores generadores de abstención el que: «muchos dominicanos residentes en el país se han mudado de ciudad o de campo sin haber cambiado el lugar donde votan». La migración interna, dicho sea de pasada, hacia polos turísticos del Este es impresionante y hasta se ha vaticinado que Higüey se convertiría eventualmente en la segunda o tercera ciudad más poblada del país.
Vega no descarta que numerosos ciudadanos se alejen de las urnas por «la ausencia de figuras mesiánicas como Bosch, Balaguer y Peña Gómez con sustitución por simples seres humanos que pueden también explicarlo. La juventud está particularmente desinteresada de la política y muchos simplemente están hastiados por la corrupción en la política». Por cierto, algunos políticos de la sucesión actual son los que atribuyen abstención a fantásticas y novelescas maniobras oficiales contra ellos; aunque, precisamente, sus roles son barajados como muy influyentes para que mucha gente no acudiera a votar.
OCURRE SIEMPRE
Los cuestionamientos a deducciones deplorables sobre índices de participación en comicios surgieron por igual, y con mucha autoridad, a partir del proceso que estuvo en curso en febrero. Tomándose el trabajo de definir con un detenido análisis de los resultados, excluyendo a los 870 mil inscritos del exterior que no podían votar y no votaron, el digital Acento.com.do puso en evidencia que la abstención neta del domingo 18 (52.2%) estuvo dentro del promedio (52.8%) de participantes en las seis elecciones municipales separadas de las presidenciales celebradas a partir del 1998.
La baja cota alcanzada por ausencia de votantes en la primera consulta democrática del año, en la que el Partido Revolucionario Moderno (PRM), previsto como favorito, quedó en un distante primer lugar, fue esgrimida con enérgicas declaraciones de los vencidos como supuesta consecuencia de estrategias de manipulación contrarias a la equidad en la competencia. Sobre ello, acento.com.do sostuvo que: «no es válido subestimar la participación electoral de los dominicanos que sigue por encima del promedio mundial en países donde no es obligatorio el sufragio».
Recordó que a las elecciones municipales y locales el promedio de asistencia queda siempre por debajo del 50%. «La abstención real es aun más baja porque hay cientos de miles de ciudadanos dominicanos que emigraron y conservan sus cédulas por lo que siguen empadronados en el país. No son abstencionistas sino ausentistas». Se deduce la causa de que la abstención dominicana tenga mayor manifestación en los grandes núcleos urbanos como Santo Domingo y Santiago, receptores y punto de partida de una considerable población flotante.
VOTANDO SIN VOTAR
El derecho a permanecer en casa para expresar inconformidad aparece con relieve en un corto ensayo de Fernando Mires, expositor regular de temas centrales en la revista latinoamericana Nueva Sociedad. A propósito de lo que describe como desarrollo democrático desigual en la región, menciona a República Dominicana junto a otros países en los que el sistema está realmente en proceso de consolidación como Chile, Uruguay, México y Brasil; estos en contraste con lo que ha ocurrido por el ultranacionalismo y el populismo en Venezuela, Argentina y Nicaragua, entre otros.
Mires sale en defensa de quienes se muestran disconformes con la democracia sin que por ello sea antidemocrática su decisión de no votar. «Todo lo contrario si se trata de una crítica a la demagogia partidista, la ineficiencia del Estado, la inoperancia de algún parlamento, la venalidad de la Justicia, la pretensión de autonomía de la clase política», y en sentido general por la corrupción en áreas gubernamentales comprometidas con el buen funcionamiento del Estado. Situó a la abstención como parte del derecho a emitir opiniones contrarias a las de los Gobiernos y a las del stablishment.