La dulce ñoñería

La dulce ñoñería

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Casi de contrabando, el gobierno, en su anhelada Reforma Fiscal al gusto del FMI, introdujo el gravamen del 25% al sirop importado de los Estados Unidos, para proteger la industria azucarera en el segmento con los fabricantes de refrescos locales, lo cual provocó un forcejeo entre los defensores del TLC sin modificaciones, como son los empresarios de zona franca, y sus rivales, ubicados en el sector agroindustrial local.

La aprobación del gravamen al sirop importado, presentado como una fórmula salvadora para proteger la languideciente industria azucarera, dominada por dos grandes consorcios locales, hizo estallar una reacción de tercera categoría de funcionarios norteamericanos. Ellos dispararon una andanada de amenazas, de que el TLC no sería aprobado, si existía ese arancel en contra de uno de los productos protegidos en su subsidiada agricultura.

La obligación del gobierno, de establecer un gravamen a un producto que altera en parte el espíritu de lo ya acordado en el TLC, que espera la sanción congresional de ambos países, confirma la realidad de la producción nacional, de que el sector agropecuario local, es altamente ineficiente, pese que en algunos renglones ha experimentado avances notables en cuanto a la calidad de su producción y a precios competitivos con algunos productos importados.

La industria azucarera local está en la cuerda floja. Tan solo dos consorcios privados de larga actividad industrial en el país enarbolan en alto la bandera azucarera, ya que el sector estatal colapsó después que el CEA se convirtiera, a partir de 1962, en el botín de los políticos. Luego, desde 1996, con la privatización de sus administraciones, se originaron negocios muy malos, con la necesidad de rescindir algunos de esos contratos, mientras otros han estado laborando adecuadamente, pero sin aparecer el 50% de los beneficios que le corresponden al Estado.

El sector agroindustrial dominicano, en sus afanes de buscar la sombrilla protectora arancelaria, que lo proteja de competir con productos similares extranjeros, reclama elevados aranceles, ya obsoletos y obligados a eliminarse, tanto por los acuerdos con la Organización Mundial de Comercio (OMC) como el TLC con los Estados Unidos, y en su desesperación, recurren a las presiones más inauditas para que el gobierno proteja sus ineficiencias, y algunas de sus desastrosas gestiones, cuando ellos, los ganaderos, polleros, porcicultores y arroceros viven en las páginas de los diarios aireando sus pobrezas y sus sacrificios, mientras se desplazan por las carreteras y calles dominicanas en modernas y lujosas naves de transporte terrestre, que desdicen de sus quiebras en que desempeñan sus actividades empresariales.

El sector agroindustrial criollo necesita de una profunda reingeniería y cambio de mentalidad. En lugar de agredir con insultos, verbales y escritos, a quienes les señalan sus ñoñerías y las demandas de más proteccionismo, deberían darse cuenta que se han quedado atrás en la evolución desarrollista dominicana, la cual mantiene un dinamismo en muchas áreas que los coloca a la par de otras naciones y el país es competitivo, aún cuando existe un ataque de otras naciones en los sectores que apuntalan la riqueza nacional.

El desarrollo colosal del turismo, con más de 54 mil habitaciones, y la fortaleza de las zonas francas, habla a las claras de sectores empresariales que han sabido enfrentar los similares de otras naciones. Han sabido sobrevivir y crecer, mientras el personal, y los que disfrutan del turismo, se nutren de lo que produce el agro dominicano, que llena las despensas de los hoteles y los anaqueles de los mercados para servir a quienes lo demandan, muchas veces pagando precios caros por los costos tan elevados de la ineficiente producción local. Y esto por una combinación de apego a técnicas desfasadas de cultivo, insumos caros y equipos mecánicos muy costosos para la mayoría de los cultivadores de la tierra.

Hay la necesidad de aplicar un elevado arancel al sirop extranjero para el uso en la industria del refresco, que ya se le comienza a cuestionar por los efectos que tienen en la salud de los niños debido a la obesidad que se les ha desarrollado en países occidentales por el consumo tan elevado de gaseosas, junto a la comida basura que los acompaña, que es un símbolo de la vida norteamericana. A lo mejor, si se asegura el uso del azúcar dominicano en la elaboración de las gaseosas, se evitaría que la obesidad afecte a los niños criollos, aún cuando, por el costo tan elevado a que llegarán esos refrescos al público, los harán inalcanzables al consumidor quien preferirá los jugos locales así como el clásico frío-frío.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas