La crisis de dispersión de la identidad que vive la humanidad de nuestros tiempos, incentivada por la mercadología y la carencia y deficiencia de los mecanismos de control conductual familiar y comunitaria, es un drama de muy difícil manejo y predicción para autoridades, educadores y orientadores de las diversas índoles y especies.
La oferta se diversifica diariamente. Aparte de todos los modelos que ofrece el cine, y los ensayos de “organismos” internacionales, también los mecanismos tradicionales de orientación de la personalidad individual y colectiva están aumentando sus ofertas y permitiendo formas de “ser y hacer lo que conviene”, según esos oferentes y agentes.
Se trata de una dispersión de conductas individuales (y colectivas) que incluye hasta a las propias Ciencias, que “saben más de cada vez menos cosas”. (Mills)
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Pero la oferta más diversa, dispersa y dispersiva suele ser la de las religiosidades, tradicionales, modernas o recientes. Con una trayectorias a menudo vergonzosas, que, históricamente, incluyen crímenes masivos y conflictos inacabables entre los que incluso profesan las mismas creencias.
Creencias que por temor a la dispersión de las conductas y prácticas de los “creyentes”, suelen preferir rituales irreflexivos o, en todo caso, mala o pobremente enseñados, que desembocan en comportamientos y automatismos alienantes que terminan haciendo del creyente un autómata “liberado” por las supuestas o reales verdades que pregonan.
De modo que pretendiendo ligar al hombre con Dios, en vez de ligar terminan enredándolo y religándolo, haciéndolo religioso; siendo la religiosidad un comportamiento alienado inventado por los humanos que niega sus propios propósitos o fines.
A menudo, lo opuesto a la religiosidad es el espiritismo, acaso una reacción contra los duros requerimientos de la religión. Así, el espiritismo, suele ser una libertad de espíritu, que termina en complicaciones emocionales y psicológicas que rara vez conducen al individuo a conductas social e individualmente llevaderas o compartibles.
Una de las más cercanas a nosotros, ya que es una práctica de origen africano, muy extendida en Haití, y en algunos bateyes y lugares de nuestro país, lo es el vudú o vuduísmo (no budismo).
Esta práctica suele tener elementos de otras religiones e incluso estar mimetizada con la santería católica local, lo cual fue un mimetismo estratégico de supervivencia de los esclavos africanos, denominando y representando sus deidades en figuras veneradas del santuario católico.
Lo peor, acaso, de esta conducta, es que no existen referencias ni doctrinas oficiales o autorizadas para conducirlas. Y, por tanto, ni los profetas ni los sabios de los fenómenos espirituales saben qué hacer con ellas, adversándolas duramente.
Otra forma, muy en boga, de diversidad espiritual, de religiosidad o práctica para direccionar y enfocar la conducta humana, particularmente en lo psico-espiritual, la constituyen las religiones y filosofías orientales originadas en el budismo, el hinduismo, y una gran variedad de ofertas de técnicas y filosofías conductuales que proponen disciplinas de pensamiento y de acción que incluyen ejercicios físicos y dietas de salud y crecimiento emocional y espiritual.
Suelen ser meras formas individualistas de dispersión espiritual y de auto aislamiento psicosocial. (Continuará).