La economía y la religión se parecen

La economía y la religión se parecen

Muchas personas pueden encontrarse con dificultades para imaginar que exista alguna relación entre la economía y la religión. La economía trata del bienestar social y tiene como objetivo la prosperidad material. Mientras que la religión trata el bienestar espiritual y tiene como objetivo la salvación. Sin embargo, un punto básico de conexión entre la economía y la religión es la capacidad de confiar.

Es por ello que, generalmente, el carácter que las personas puedan aportar a la economía de un país contribuye de forma crucial al éxito de su sistema económico. De hecho, la religión está relacionada con la actividad económica de múltiples formas. Resulta cuando menos sorprendente el éxito en el mundo de los negocios de algunas religiones y el éxito de otras en la creación de grandes bancos londinenses (Lloyds, Barclays) y en la gestión de amplios grupos sociales. En contra, hay algunas religiones que parecen más bien actuar como barrera o freno para el desarrollo económico.

 El cristianismo primitivo es acusado en ocasiones de haber contribuido a la caída del Imperio Romano. El islamismo actual, y en especial alguna de sus ramas, están siendo duramente analizados como promotores de inestabilidad social, violencia e intromisiones de la jerarquía religiosa en la organización del Estado y la economía.  Aún así, parecería exagerado afirmar que la religión ha sido el “opio de los pueblos” y cómplice de la explotación del hombre por el hombre.

Lo que sí está comprobado es que ha sido y está siendo utilizada como instrumento revolucionario o teología liberadora que llama a la sublevación de los oprimidos. Por eso, muchas ONG, laicas y confesionales trabajan hoy promoviendo el desarrollo en el Tercer Mundo. Y, en el campo económico, el llamado “nuevo institucionalismo” demanda cada vez más  mayor atención al papel que juega la religión en la economía.

El pionero.  Si bien en la antigüedad los economistas relacionaban de manera implícita a la religión con la economía, fueron los trabajos del pensador alemán Max Weber sobre la conexión entre ámbito económico, político y ético-religioso los que abrieron nuevos caminos a la investigación socio-religiosa. Su más conocida y polémica obra fue “La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1904-1905)”, en la cual busca una relación causal de la ética económica, tratando de demostrar la influencia de la ética protestante en la economía. La tesis de este libro vinculaba el nacimiento del capitalismo al desarrollo de la doctrina calvinista de la predestinación y a la consiguiente interpretación del éxito económico como garantía de la gracia divina. Su objetivo era ofrecer una visión comprehensiva de los mecanismos de interdependencia mutua entre los sistemas de creencias y el medio económico y social. No obstante, se le critica haber sido un sociólogo sin experiencia de campo, con grandes conocimientos enciclopédicos pero sin haber estado en los lugares de los que habla. Sus trabajos parten de una extensísima bibliografía y con la ayuda de métodos estadísticos, que puede ser la razón de que ciertas apreciaciones de otras religiones no cristianas no se acerquen al grado de precisión que tiene en éstas debido a su mayor conocimiento.

Sistema de confianza.  En las “Actas del III Simposio Internacional de Economía y Religión”, la economista Jennifer Roback Morse (2000) se atrevió a sostener con mucha propiedad que si hay una cosa que une a la economía y la religión es “el amor verdadero”. Nosotros agregaríamos también la importancia del sistema de confianza. Porque el funcionamiento de un sistema económico libre requiere que un gran porcentaje de la población pueda confiar y merecer confianza. La capacidad de una persona de confiar y su inclinación a comportarse de una manera que merezca confianza se basan  en por lo menos una de dos cosas. La primera vía, y la más común, es que la persona haya adquirido una disposición articulada a confiar y merecer confianza en la infancia, a través de su relación de amor con sus progenitores. Así, en este caso, el amor crea la disposición a cooperar. La segunda base para la confianza y para merecer confianza es que la persona razone que esos comportamientos son por un interés propio racional, basándose en cada caso. Las personas que tienen la capacidad básica de confiar no ofrecen  (y no debieran hacerlo) su confianza de forma indiscriminada. Deben tener motivos para creer que confiar en una situación particular ofrece una perspectiva razonable de mejorar, o por lo menos de no provocarles daño.

El comercio en los mercados organizados y el intercambio a través del trueque son las actividades económicas básicas. Tanto el comercio como el intercambio son comportamientos recíprocos. Estas actividades económicas requieren una cierta disposición a confiar y la capacidad de mostrar un comportamiento que merezca confianza. Igualmente, el sistema bancario ofrece otro ejemplo de la importancia económica de poder confiar. En primer lugar, y lo más importante es porque el sistema bancario se basa en un sistema de confianza: confianza en que el dinero vaya a estar disponible cuando se vaya a retirar, confianza en que no se va a cobrar un préstamo antes de tiempo.

Sin una confianza de este tipo, el sistema bancario colapsaría, sin importar como estuviera regulado, e independientemente de todos los avales que se hubieran introducido. Todo el sistema bancario de Europa tiene sus cimientos en las actividades de las extensas familias de comerciantes y en las órdenes religiosas desde el siglo XI hasta el XIII. Uno de los maravillosos fenómenos del desarrollo económico hoy día es la extensión de esas redes de confianza, basadas en el contacto personal o virtual y en reputaciones muy sólidas entre extraños. El economista F. A. Hayek describió este sistema de confianza entre extraños como “La Gran Sociedad”. Describe que el núcleo de confianza creado entre las órdenes religiosas y las familias de comerciantes se extendió hasta un vasto sistema financiero entre extraños. La confianza es la base de la reciprocidad. La capacidad o disposición a confiar es intrínseca a nuestra naturaleza humana y a la supervivencia. De hecho, la confianza es algo tan profundo de nuestra condición humana como el impulso egoísta del que nos habló el ilustre Adam Smith, considerado Padre de la Economía.

Así, la capacidad de controlarse es parte integradora de merecer confianza. Porque las interacciones mercantiles, las relaciones legales y las actividades políticas presentan la oportunidad de aprovecharse de otras personas. Tanto la disposición a confiar como la capacidad de controlarse surgen, en algún sentido, de los lazos de las personas con los demás. La religión contribuye a la capacidad de confianza de un individuo al apoyar a la familia en su labor de crear y formar ciudadanos conscientes y en ofrecer una motivación convincente para que se cumplan los Diez Mandamientos más allá del miedo al castigo. Resulta obvio indicar que muchos de los Diez Mandamientos producen resultados sociales  útiles.

El desempeño religioso.  Nadie duda sobre los cambios que estamos viviendo a nivel mundial como entidad colectiva. Las nuevas formas de comercio y  mercadeo han dejado atrás los métodos antiguos. Las necesidades de la vida y el despertar colectivo no dejan de llamar la atención de los políticos que buscan soluciones a los problemas de la sociedad. Los métodos del pasado no solucionan la polémica de nuestros tiempos haciendo necesaria la búsqueda de vías convincentes. 

La cifra

33.1%  es el porcentaje  de cristianos en el mundo, según las cifras del Anuario Estadístico de la “Iglesia 2005”, presentado en El Vaticano. En 1978 había en el mundo 757 millones de católicos y para 2003 esa cifra ascendió a 2,076.6 millones.

Zoom

Una ética mundial

En el umbral del siglo XXI la política y la economía mundiales se encuentran en profunda crisis. Las noticias alarmantes en lo social, político y económico se multiplican y el mundo vive intensos momentos de desconfianza. Hans Küng (2000) critica radicalmente esta evolución en su libro “Una Ética Mundial para la Economía y la Política”, mostrando lo necesaria que es hoy una orientación ética común para la política y la economía mundiales, que comprometa a todas las partes y que persiga un mundo más pacífico, más justo y humano. Consciente de la situación, el autor sostiene que no se trata de recetas fáciles, sino de impulsos concretos: la aplicación del “proyecto para una ética mundial” a la realidad política y económica.

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