La edad de los nunca

La edad de los nunca

HAMLET HERMANN
Recuerdo a Gabriel García Márquez cuando hablaba de “la edad de los nunca”. Se refería el escritor a que hay momentos en la vida de las personas en los que se empiezan a sufrir achaques que en otros tiempos no se sentían. Nunca antes cansaba el subir unas escaleras. Nunca provocaba resaca el beberse un par de cervezas. Y así sucesivamente, nunca es la palabra que más a menudo aparece cuando la persona ingresa a la edad madura. Por analogía, República Dominicana tiene que lamentarse de que ha ingresado, desde hace unos pocos años, al momento de los nunca. Nunca habíamos sido tan pobres.

Los precios de la canasta familiar nunca habían llegado a los niveles de hoy. Nunca habíamos tenido apagones medidos por días en vez de por horas. Nunca nos daba tanta brega conseguir el agua para mantener la higiene. Nunca habíamos visto tanta corrupción ni tanta impunidad. Nunca habíamos presenciado, combinadas, tantas muestras de ignorancia, arrogancia e incompetencia. Nunca habíamos visto tantos organismos del Estado convertirse en asociaciones de malhechores. Nunca habíamos conocido la desesperanza como se nos presenta al final de este gobierno. Y así sucesivamente.

La tendencia de los que padecemos estos desagradables momentos es indagar en busca de los por qué de esta situación. ¿Cómo es posible que hasta el día de las elecciones tuviéramos energía eléctrica adecuada y al mes siguiente, luego de la humillante derrota de los reeleccionistas, los apagones son la norma constante en el suministro eléctrico? ¿Cómo es posible que el Presidente de la República tenga la cachaza de decir que los graves problemas que aquejan al país no los va a atender sino que se los va a dejar al próximo gobierno? ¿En qué cabeza cabe que la Vicepresidenta de la República recomiende suspender la docencia en las escuelas antes que reclamar la solución del problema energético? Ante tanta irracionalidad aparente de parte de los principales representantes del Poder Ejecutivo sólo queda pensar en que estamos siendo sometidos a un plan premeditado de agresiones. Podría llegar a suponerse que nuestros padecimientos actuales son fruto de la venganza de Hipólito Mejía contra el pueblo dominicano por no haber votado a su favor en las elecciones pasadas.

No quiero ser demasiado rudo con una persona a quien, en lo personal, le tengo aprecio. Pero los resultados no me dejan otra opción. Una serie de medidas coinciden para profundizar las desgracias del pueblo dominicano. Porque la venganza que le achaco al Poder Ejecutivo y a los actuales funcionarios no van dirigidas contra el próximo gobierno que será presidido por Leonel Fernández. Suponer esta crisis profunda como una cuestión de corte político es apenas la coartada que esconde lo malévolo del plan. Esta acción de venganza no es otra cosa que un castigo que Hipólito les impone a los ciudadanos que en las urnas rechazaron la reelección.

Tanta escasez parece ser obra de neuróticos sometidos a una profunda inestabilidad del ánimo. Son personas que han desarrollado una hipersensibilidad ante los acontecimientos adversos sufridos por su mala gestión de gobierno. Con el control de la administración pública todavía en sus manos, el Presidente niega ahora los servicios básicos. Quizás sienten que los resultados electorales fueron algo injusto y buscan con este tipo de violencia ajustar cuentas con la mayoría que no los respaldó sin reparar que afectan hasta a aquellos que los apoyaron. Al mismo tiempo, reacciona con violencia para, supuestamente, defender su dignidad maltrecha por el repudio contundente ante sus intentos de permanecer en el poder político del país. Los conflictos con los compañeros de partido se agudizan y la soledad se hace evidente. Ya los lugares donde asiste no tienen concurrencia, salvo las claques financiadas. Las reseñas sobre sus actividades ahora aparecen en las páginas interiores de los periódicos. Si antes dialogar con el Presidente resultaba difícil por su volátil temperamento, ya los insultos y las ofensas llegan hasta los niños que osan dirigirle la palabra. El delirio de persecución está agudizado y siempre presente. El Presidente saliente ya no confía ni siquiera en los guardias que ascendió de rango burlándose de las leyes.

Esta es una de las veces en las que quisiera estar equivocado. Pero es que lo malévolo del plan se filtra entre tantas acciones dañinas. De ahí que los hechos me hayan convencido de que mucho de cuanto ocurre es parte de la venganza de Hipólito, no contra el candidato que lo derrotó, sino contra el pueblo dominicano que en gran medida le negó el voto.

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