La edad que florece

La edad que florece

Por Yris Rossi

La edad que florece. Después de los 60, la vida no se mide en relojes ni en velas, sino en el fulgor con que arde el alma. Ya no se trata de sumar años, sino de elevar la calidad con la que los habitamos. Conjugar la paz interior con lo físico, (esa armonía profunda entre el cuerpo y el Espíritu) ,es el verdadero punto de partida. Y para eso, volvamos al origen: «que tu comida sea tu medicina y tu medicina, tu alimento.» Así lo dijo Hipócrates, y no era una metáfora, sino una advertencia sabia que aún resuena.

Bajemos el volumen del mundo. No todo estrés es nuestro. No todo lo que nos rodea debe atravesarnos. Aprendamos a distinguir entre lo que es carga legítima y lo que es peso ajeno. La paz interior, en estos tiempos, es una forma de resistencia. No la soltemos: la verdadera paz es el sello de Dios.

Meditemos. Oremos. No como rutina vacía, sino como encuentro con lo eterno, como pacto con Jesús, que es refugio y guía, medicina para el alma sedienta.

Recomendaciones esenciales para una longevidad con sentido:

  1. Alimentación consciente: Preferir alimentos naturales, frescos y balanceados. Reducir el consumo de procesados y azúcares refinados.
  2. Ejercicio físico regular: Caminar al menos 30 minutos diarios mejora la circulación, la salud cardíaca y el estado de ánimo. Según la OMS, este simple hábito puede reducir el riesgo de enfermedades no transmisibles en un 20 a 30%.
  3. Gestión del estrés: Evitar cargar con preocupaciones ajenas. Asumir solo el estrés necesario, filtrando lo que entra en nuestro campo emocional.
  4. Paz psicológica: Defender con firmeza nuestra serenidad interior. Eso incluye alejarnos de ambientes tóxicos y de relaciones que drenan.
  5. Prácticas espirituales diarias: Dedicar tiempo a la oración y la meditación, cultivando una relación personal y constante con Jesús.
  6. Relaciones saludables: Nutrir vínculos con familiares, amigos y vecinos. La conexión social es un factor protector de la salud mental y emocional.
  7. Participación comunitaria: Sentirse parte activa de la comunidad donde se habita fortalece el sentido de propósito y pertenencia.
  8. Humanidad y empatía: Ser más humanos cada día. Practicar la amabilidad, el perdón, la escucha.

Hoy la humanidad vive más tiempo. La esperanza de vida global supera ya los 73 años, y sigue creciendo. Pero el verdadero desafío es vivir mejor. Que cada año ganado no sea una suma gris, sino un poema vital, un acto de dignidad.

Cultivemos relaciones que nutran, amistades sinceras, vínculos que no desgasten. Y no olvidemos a los vecinos, a la comunidad: nuestra salud también se teje en lo colectivo.

Seamos más humanos. Más íntegros. Más presentes. Porque en esta etapa de la vida no se trata de resistir, sino de florecer con lo que somos y con lo que hemos aprendido. La longevidad, entonces, no será un privilegio, sino una revolución íntima.

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