El horrendo crimen cometido en la provincia de Barahona, de la Directora de Escuela y Vice Alcaldesa Lenny Féliz, a manos de tres colegas, también directores de escuelas vecinas, alegadamente por celos profesionales, da una idea de la profunda crisis en que está inmersa la educación en este país. Si eso lo hicieron las cabezas del magisterio local, de qué no serían capaces los que pasan por sus aulas?
De acuerdo a los informes de la prensa, una decisión correcta del Ministerio de Educación que dirige la Profesora Josefina Pimentel, de someter a concurso una posición superior, probablemente la dirección de un distrito escolar, que fuera ganado por la occisa, motivó a otros tres concursantes para ultimarla, dejando el cadáver abandonado en una carretera de las cercanías de Paraíso, en esa provincia. Ese hecho solo es revelador de la tremenda crisis que padece la educación dominicana a la hora actual.
No se trata, como dice el Presidente Fernández, de solo construir más escuelas, que es lo único que declara dispuesto a hacer; sino de una verdadera revolución educativa, para lo cual el 4% del Producto Interno Bruto, o el 16% del Presupuesto se queda corto.
Es necesario generar todo un movimiento espiritual por la educación, de base moral, técnica y organizativa, que debe estar acompañado de inversiones cuantiosas en edificaciones equipos, textos, formación y estimulación de los docentes, planes de estudios adecuados y una supervisión estricta de muchos alumnos, escuelas y padres que garanticen una educación de calidad y universal desde la edad pre-escolar hasta los más altos niveles universitarios.
Uno de los ejes fundamentales de esa revolución educativa debe ser convertir al maestro en el verdadero centro de ese proceso, ofreciéndole condiciones de formación, salarios, equipos, estatus y seguridad, que lo hagan el porta estandarte de la renovación nacional dominicana.
Así como Eugenio María de Hostos pudo generar el movimiento normalista, que desde fines del siglo XIX hasta avanzado el siglo XX, que elevó el magisterio a la cúpula del liderazgo nacional y local en el orden social, y hasta en lo político, hasta el punto que una gran parte de los profesionales, intelectuales y políticos eran o habían sido maestros en algún nivel o rama de la enseñanza.
Salarios, estatus, equipos, textos, horarios, participación y supervisión firme y no politizada, son las palabras claves para una mejor educación.
Para esos fines, la organización del proceso educativo debe despojarse de criterios meramente partidarios e impedir que motivos ajenos a dicho quehacer impidan que intereses mezquinos y capillas de profesores y técnicos controlen en su beneficio una cartera, que por la atención pública que ha merecido, será un factor básico en la evaluación del próximo período de gobierno.