La educación en el discurso del  Presidente

La educación en el discurso del  Presidente

Como ha venido ocurriendo durante mucho tiempo, en su rendición de cuentas ante el Congreso, el Presidente de la República habló de los logros en cobertura, deserción, repitencia y sobriedad,  de  su visión de la educación y de  las inversiones que realiza el Gobierno en consonancia con aquella visión.

Ciertamente, la República Dominicana ha alcanzado índices de cobertura que en el caso de la educación básica, están entre los más altos de América Latina. E índices de repitencia que tanto en el nivel básico como en el nivel medio están entre los más bajos de la Región. Empero,  como   no se puede buscar donde no se ha puesto, esos indicadores deben ser colocados en su debido  contexto  para no arribar a conclusiones mágicas.

En lo que concierne a la cobertura, conviene recordar que el currículo oficial demanda 5 horas diarias de docencia durante 216 días, esto es, 1080 horas durante el año escolar. Debido a la poca inversión en educación y al manejo partidario, la escuela pública  carece de las aulas, los profesores y la disciplina necesarios para cumplir las normas del currículo. Si bien desde el 1991 no se produce una huelga nacional y  cada año escolar se  presenta como un éxito sin precedentes, los estudiantes solo reciben dos horas y media de docencia durante 180 días, esto es,   450 horas por año. Aun así,  para no dejar fuera del aula parte de los estudiantes que solicitan inscripción, en muchos centros públicos  los directores se ven obligados a  colocar  40 y 50 estudiantes por sección.

Si se aplicara el horario  y el número tope de estudiantes por sección establecidos en el currículo oficial, aun operando dos tandas diarias, las escuelas públicas no tendría la capacidad para recibir  el 70% de los estudiantes de nivel básico que hoy recibe.  La situación es muchísimo peor en el nivel medio e inenarrable en una modalidad técnica donde a cualquier cosa se le llama politécnico.

En lo que concierne a la repitencia, las condiciones extremas que han hecho posible una alta cobertura con muy bajo presupuesto, son las mismas que  hacen imposible que los estudiantes aprendan lo que cualquier currículo  les exigiría.  Y año tras año, mientras se divulgan los avances en los indicadores educativos,  las calificaciones obtenidas por la mayoría de los estudiantes del nivel básico y medio en las pruebas nacionales advierten al Gobierno y al país que las cosas ni andan bien, ni están mejorando.

¿Cómo, entonces,  se explica la mejoría en el índice de repitencia?  Simple. Las calificaciones finales de los estudiantes del octavo y doceavo grado están definidas por el promedio ponderado de las calificaciones obtenidas en el centro educativo y en las pruebas oficiales. De manera sistemática, desde que se reintrodujeron los exámenes  del Estado, las calificaciones de los centros son significativamente más alta que las calificaciones en las pruebas oficiales, sirviendo como un colchón que compensa las bajas calificaciones en las pruebas nacionales, aumenta el índice de promoción y reduce el índice de repitencia.  

Sería formidable que los estudiantes tuvieran el dominio del currículo que reflejan las calificaciones de los centros educativos. Pero  las  investigaciones y  evaluaciones externas a los centros y el Ministerio de Educación señalar que son las calificaciones de  las pruebas nacionales las que mejor reflejan aquel dominio, lo cual convierte a las pruebas nacionales en un instrumento odioso, pues  atestigua de manera oficial que los estudiantes no están aprendiendo lo suficiente y son promovidos al margen de sus conocimientos.

Ahora bien, cada estadio de desarrollo plantea sus demandas educativas  y provee  la capacidad económica para financiarlas. Cuando una sociedad alcanza el nivel de desarrollo medio que hoy exhibe la República Dominicana, el progreso económico va asociado al incremento continuo de la calidad de su educación media y superior. El problema es que  la  educación de calidad cuesta mucho dinero y exige mucho  apoyo político.  Y no importan los discursos, la propaganda y el listado de los proyectos, cuando   en tiempo de paz y auge económico los gobiernos le dedican el 1.0%, el 1.5%, el 2.0% o el 2.5% del PIB, es porque no creen o no  entienden el papel de la educación de calidad en la construcción del futuro.

De cualquier manera,  hay que defender el espacio de los sueños y la esperanza. Y esperar que, al pronunciar su discurso en la misma sala donde se conoció y promulgó la nueva Carta Magna, el  Presidente no olvidaba que   la responsabilidad del Estado de “ofertar el número de horas lectivas que aseguren los objetivos educacionales e invertir de manera creciente y sostenida en educación, ciencia y tecnología,  en correspondencia con los niveles de desempeño macro-económico del país” ha dejado de ser promesa  de campaña  para convertirse en  mandato constitucional.

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